Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Con la solemnidad de la Ascensión vivimos “La exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús, en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de su misma gloria”.
Necesitamos comprender la grandeza de este misterio para interiorizar lo que sucedió en nuestro bautismo, asimilar la dimensión pascual de nuestra existencia y anunciar con gozo la buena noticia del Evangelio.
Entendamos cómo el pecado original, la soberbia (Cfr. Gen 3,1ss), corrompió ontológicamente la naturaleza humana, dañó la esencia del ser: por esta desobediencia al Creador, el ser humano quedó destruido, incapacitado para “ser”.
El ser humano “es” por su alteridad, se realiza saliendo de sí mismo y encontrando el rostro del otro que, con su presencia, le interpela profundamente su existencia: su “estar en el mundo” y su finalidad de “ser”. El mundo actual no busca “ salir de nosotros mismos” y promueve tal individualismo, egoísmo y orgullo que desconoce la alteridad que realiza al ser humano. Es la ruptura del pecado que conocemos desde el Génesis. “Ruptura” en griego se dice “pecado”.
El libro del Génesis enseña que Dios puso en el ser del hombre dos árboles (Cfr. Gen 2, : “El árbol de la vida” y “El árbol del conocimiento del bien y del mal”. El primero es la voluntad de Dios y el segundo, la voluntad de cada hombre. El primero es Dios, AMOR, con mayúscula y el segundo es “El hombre”, amor con minúscula. La felicidad del hombre está en la “unidad plena” entre estos dos amores y el jardín es la persona, su interioridad; en el centro de este “jardín” están sembrados los dos árboles.
El pecado original es la separación de estos dos árboles: Por el engaño de la serpiente, la mujer fija sus ojos en el árbol que Dios le había dicho “no comas de él so pena de muerte”. Pero ella tomó y comió… y compartió con su marido quien también comió. Esta es la desobediencia de toda la humanidad contra Dios: Este divorcio de las voluntades, divina y humana, es el pecado.
El salario del pecado es la muerte (Cfr Sab 2,24) que sucede cuando el ser humano decide por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, y actúa: reclama autonomía moral y atenta contra la soberanía de Dios a causa de su soberbia. Tal rebelión transgrede el precepto impuesto por Dios, corrompe la naturaleza humana, el ser pierde su esencia…y vienen los males.
Por Amor, Dios restauró la naturaleza, devolvió al hombre la imagen y semejanza perdida : “Reviste a su Palabra, a su Verbo, existente desde el principio” (Cfr. Jn 1,1 ss) de un cuerpo que se vuelve vehículo para entrar en la “muerte” y “redimir” lo que estaba perdido: “El Verbo de Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14).
La Ascensión es la “Exaltación de la naturaleza humana de Jesús y la glorificación de la naturaleza humana de todos los hombres y su entrada en el cielo”. Cristo, el Hijo de Dios, “bajó” del área divina penetrando en la llanura de los hombres, con la Pascua Él rompe la prisión de la tierra a la que está ligada la humanidad y, “Subiendo al cielo ha llevado consigo a los prisioneros, ha distribuido dones a los hombres” (Ef 4,8).
Jesucristo, Camino-Verdad-y-Vida, nos deja clara la misión : Él ya no estará, nos envía su Paráclito, y tenemos tarea: Los discípulos fueron llamados a ir por los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que Él enseñó. Hoy nosotros, como Iglesia, tenemos la misión de influir en nuestro contexto: familia, amigos, compañeros de estudio o trabajo anunciando el Evangelio a tiempo y a destiempo. ¡No tengamos miedo!. Examinemos nuestra obediencia y convirtámonos obedeciendo Su Palabra, defendiendo nuestra Fe…Para poder ascender a Su lado, un día.
Hech 1,1-11; Salmo 46; Efesios 1, 17-23; Mateo 28,16-20
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