La Iglesia, comunidad humana, reunida en Cristo y guiada por el Espíritu Santo en su peregrinación hacia el Reino del Padre, es Su Cuerpo Místico y tiene un mensaje de salvación para proponer a toda la humanidad, invitarla a la conversión y enseñarle el camino del amor perfecto: “Si me amareis, guardareis mis mandamientos”.
Estudiemos el camino que Jesús nos enseñó con su Palabra y su comportamiento. Él PROPUSO, no impuso; INVITÓ, no obligó; y nos AMA también de una forma precisa y potente: cumplir Sus mandamientos amando en primer lugar a nuestros enemigos. Y, para que nunca estemos solos , nos prometió otro Paráclito (protector, defensor, amigo) . Otro porque Cristo fue nuestro primer abogado, nos defendió con su Vida y con su Sangre. Ahora, el Espíritu Santo nos acompaña y asiste, con Su eterna sabiduría y su hálito de amor, permanentemente.
La primera lectura describe la importante urgencia de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación: Felipe bautizó al primer pueblo convertido a nuestra Fe, Samaría, en el Nombre de Jesús; y luego vinieron Pedro y Juan y los bautizaron a todos en el Espíritu Santo (Confirmación) para que pudieran adentrarse en el misterio de la Salvación y entender que el amor de Dios va mucho más allá de los apegos mundanos y pasa por la Cruz.
En el bautismo, recibimos esa presencia permanente viva y misteriosa que nos defiende , guía y brinda da seguridad: “Cuando los entreguen ante gobernadores y reyes por mi causa, no se preocupen de cómo o de qué van a hablar, en efecto, no hablarán ustedes, sino el Espíritu de su Padre hablará en ustedes” (Mt 10,19-20).
El Espíritu Santo intercede – aboga- ante el tribunal de Dios cuando caemos en el pecado: “Si alguien peca tenemos un paráclito ante el Padre, Jesucristo el justo” (1 Jn 2,1). El Espíritu Santo da “Parresía”, fortaleza en medio de los padecimientos a causa del nombre de Cristo: “Que ninguno de ustedes tanga que sufrir por homicida, ladrón, malhechor o entrometido. Pero si sufre por creer en Cristo que no se avergüence, qué dé gloria a Dios por ese nombre” (Cfr. Hech 4,13-16).
El Espíritu Santo es eterno, como el Padre y el Hijo: estuvo activo en la Creación, inspiró a los profetas, protegió al pueblo judío, actuó en la Concepción, Natividad y en el Bautismo de Jesús, en Su vida terrenal, en Su muerte y en Su Resurrección, fue transmitido a los Apóstoles y lo recibimos real y actuante en el Bautismo y la Confirmación, como fuerza divina para lograr la salvación de nuestras almas
Porque creemos, adoramos, amamos y esperamos en Jesús, debemos dar testimonio de nuestra Fe: Dios nunca nos abandona y siempre nos muestra el camino de la esperanza y la salvación.
Hay quienes preguntan: ¿dónde está Dios? ¿Si Dios es tan bueno por qué permite que tantos mueran a causa de enfermedad o injusticias?…Interrogantes que encubren un llamado desesperado. Necesitamos tomar conciencia de la presencia permanente del Espíritu Santo y dejarnos mover por Él para actuar coherentemente, iluminados por su Luz, y tener una Palabra de vida cuando nos comunicamos:
“Te ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste y son tuyos. Da la vida eterna a los que me confiaste y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti Padre y a tu enviado Jesucristo”.
“Los bautizados somos como el alma en el cuerpo” (Diogneto, Siglo II). Asumamos nuestra responsabilidad y trabajemos por la Evangelización de palabra y obra para que el mundo crea. Reconozcamos la presencia del Espíritu en nuestra existencia asumamos nuestra responsabilidad ante los acontecimientos para cargarlos de sentido y hacer lectura de ellos a la luz de la Fe: El Espíritu Santo se mueve.
Hech 8,5-8.14-17; Salmo 65; 1Pe 4,13-16; Jn 17,1-11
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