A las 2 de la madrugada del 22 de diciembre, el silencio de la noche se hacía aún más dulce con un concierto de grillos y chicharras. Pero todo lo alteró un atronador estallido, seguido de muchos más. En una finca cercana estaban quemando millones de pesos en pólvora. Quienes me acompañaban se despertaron asustados, el perro comenzó a ladrar totalmente alterado y escuchamos un incontable número de pájaros que piaban a esta hora inusual, con sus pichones poseídos por el terror que les produce el estruendo.
Es sabido por todos la calamidad que es la pólvora. Pero no pasa nada. El año pasado fueron casi 600 las víctimas entre muertos y quemados en el país; los niños deben cargar con sus quemaduras y cicatrices por siempre. Todos los dueños de perros y gatos saben del martirio que ellos viven con cada estallido. Pero lo que es totalmente silenciado e ignorado es el daño a la fauna silvestre.
Una investigación de la Universidad de Antioquia reveló que tanto en animales domésticos como en fauna silvestre la pólvora produce estragos como la muerte súbita, hipertensión, alteraciones cardíacas, colapsos nerviosos y abortos, entre otros. En cuanto a las aves, la científica de la Universidad Javeriana María Angélica Echeverry ha documentado una muy alta tasa de abandono de nidos y crías, pues al sentir que el lugar donde están no es seguro, se van sin regresar en medio de la desorientación, el pánico y la pérdida de la audición. Diciembre y enero son meses de cría de aves, y son meses de mucha pólvora. Todo el mundo saca pecho diciendo que Colombia tiene la mayor riqueza de aves del mundo, que el avistamiento de aves trae miles de turistas, pero nadie hace nada para impedir la matanza de pájaros por pólvora. Las autoridades que promueven el ecoturismo son indolentes con esta masacre de vida silvestre. Quien tira pólvora comete un crimen contra la naturaleza.
Y no solo es el estruendo, el material particulado que queda luego de la explosión y la luminosidad aumenta en un 133 % la contaminación del aire entre dos y tres días. Las fuentes hídricas evidencian un incremento de hasta 1.000 veces el nivel tolerable de contaminantes. Además, monóxido de carbono, perclorato de sodio y metales pesados componen la lluvia ácida que aparece después de la locura. ¿Quién protege de este apocalipsis a las 1.900 especies de aves que tiene el país?
En lo primero que piensa mucha gente al mencionar a Santágueda es en casas de campo, piscinas, paseos y fiestas. Sin duda, esto es evidente en el lugar. Pero hay otra realidad: su gran riqueza ambiental, de fauna y flora. Nueve meses de pandemia y cuarentena, en los que he vivido en la región, me han permitido confirmar que es un santuario de naturaleza. Espléndidas iguanas, pacientes tortugas, ágiles guatines, tímidos zorritos, acorazados armadillos, pequeñas liebres, saltarinas ardillas, osos perezosos, coloridas culebras, delicadas mariposas, decenas y decenas de majestuosos insectos, ranas que parecen en meditación, centenares de especies de aves, cuál más bella, están a nuestra vista si queremos ver. También fuentes de agua cristalina, humedales, cascadas refrescantes, caminitos silvestres, flores insospechadas. Santágueda también es todo esto.
Turismo, recreo, descanso y preservación de la naturaleza tienen que ser compatibles, lo uno no puede llevar a la destrucción de lo otro. Los habitantes de la región harían bien en cuidar su hogar, que va más allá de la piscina. Las autoridades tienen que ampliar su mirada, hay obligaciones que están evadiendo. La Gobernación de Caldas debe ser mucho más estricta con el turismo. La Alcaldía de Palestina debe entender que Santágueda es mucho más que una fuente de impuesto predial. Emas tiene que saber que recoger la basura en sus camiones y no hacer más es muy precario. Y Corpocaldas, más que nadie, está llamada a un control ambiental riguroso.
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Notas finales: luego de una negligencia de años, la alcaldía de Palestina expidió el decreto 175 del 22 de diciembre de 2020 prohibiendo la fabricación, distribución, comercialización y utilización de pólvora en el municipio. Pero esta norma ha sido letra muerta; por ejemplo, sigue abierto el almacén El Vaquero en Santágueda, responsable en este desastre ¿Qué dice Mauricio Jaramillo, alcalde de Palestina?
El pasado 31 de diciembre fue el peor día de pólvora en treinta años en Santágueda.
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