En física existen las leyes de Newton. La tercera nos dice que “a toda acción corresponde una reacción", indicando que cuando un cuerpo ejerce una fuerza sobre otro cuerpo, este reacciona con una fuerza de igual magnitud y dirección pero de sentido contrario. Esto es lo que está pasando en la política colombiana de cara a las elecciones presidenciales de mayo y junio.
Desde el 2021 ha crecido con ímpetu y vigor, de manera constante y sin retroceso alguno, el favor de la ciudadanía por el candidato Gustavo Petro. Hoy nadie duda de que pase a segunda vuelta, la tiene garantizada, y existen posibilidades de que gane en la primera. Petro y su fuerza política, el Pacto Histórico, son vistos por una porción de la opinión pública como los únicos capaces de traer justicia social a esta sociedad, una justicia que ven como ausente desde la misma fundación de la república, e incluso desde la conquista, no faltándoles razón. Emergen Petro y su bancada de nuevos congresistas como los salvadores ante décadas de ignominia y oprobio, como los únicos portadores de la verdad y la virtud.
Pero esta perspectiva no es compartida por otro buen pedazo de la ciudadanía que ve a Petro como un facineroso que quiere tomarse el poder para nunca dejarlo y que se comportaría como un déspota venezolano. Para esta parte de la ciudadanía él y sus aliados de izquierda encarnan demonios, que de llegar al poder convertirían a Colombia en un pueblo arrasado por la horda de Genghis Khan. Entonces surge la contra, el salvador: Fico Gutiérrez, el protector y abanderado de la decencia, cruzado de la libertad y el orden, el ungido para salvar la nación de la invasión bárbara. Así, queda nuevamente configurado el escenario de la polarización, de una mejor manera que en el 2018, con rivales más fuertes, más rabiosos y más dispuestos a combatir a sus enemigos.
Es increíble cómo somos de infantiles como sociedad y cómo nuestra mente se comporta de un modo que raya con lo enfermizo cuando de política se trata. Con la evidencia de sobra que existe sobre la dinámica de la política colombiana, sus mezquindades, sus profundos desarreglos, las promesas siempre incumplidas, la mentira y la imposición de los intereses personales de políticos y gobernantes sobre los intereses sociales y colectivos, con toda esta evidencia, cuando surgen los candidatos que reemplazarán a los desgastados gobernantes en ejercicio, idealizamos al candidato de nuestra predilección, al que se acomoda mejor a nuestros anhelos frustrados y temores latentes, y lo vemos perfecto y santo. En esta dinámica surgen entonces las figuras de Petro y Fico, con su imagen perfecta para sus adherentes, pero con total carencia de valor para sus malquerientes. Entre petromanía y ficomanía el país nuevamente entra en una guerra política, con una brutal tensión social que se manifiesta en muchas relaciones, y que se escenifica en muy buena medida en las redes sociales.
Los candidatos, Petro y Fico, se encargan irresponsablemente de alimentar los sentimientos de rabia, odio y desprecio de sus adeptos por el candidato contrario y sus respectivos votantes. De ahí que Petro hable de neonazis entre los fiquistas y Fico vea a la extrema izquierda chavista entre los petristas.
Ambos, Petro y Fico, harán realidad la orden dada por Laureano Gómez a sus huestes en 1940: “hacer invivible la república”. Si gana Petro, su oposición más férrea, básicamente de la derecha dura, se encargará de expresar toda su virulencia día a día, soñando algunos hasta con un golpe de Estado. Si gana Fico, el propio Petro, su bancada, y sus leales soldados, promoverán la confrontación y agitarán la revuelta. Todo se moverá en la tercera ley de Newton con consecuencias gravísimas para el país. Petro y Fico dicen mentiras cuando pregonan que quieren unir al país, ellos son los primeros en promover la división, la ruptura.
¿Hay posibilidad de evitar este escenario futuro? Tal vez sí. Lo que se puede hacer por ahora es no votar por ellos. Por mi parte votaré por Sergio Fajardo.
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