En medio de la descarnada y despiadada competencia política por el voto en las elecciones del próximo 27 de octubre, se evidencia el avance de las técnicas de mercadeo político que buscan conquistar al ciudadano. En esta materia ya existen incluso estudios de posgrado. Las primeras elecciones que recuerdo son las de 1974, cuando quedó presidente Alfonso López Michelsen. En ese tiempo lo único que existía como promoción del candidato eran afiches baratos que se pegaban con agua en postes y paredes, y los candidatos se comunicaban con el elector a través de multitudinarias concentraciones, que cumplían también el oficio de las encuestas, pues dependiendo de lo que se llenaran las plazas se tenía una pista de quién ganaría. Más adelante, en 1982, se presenta un cambio sutil que marcó el inicio de una nueva era en la promoción política: el afiche de Luis Carlos Galán, el cual se convirtió en un ícono.
La revolución del mercadeo político continuó sin pausa hasta llegar a lo de hoy: las redes sociales. Aunque también se siguen usando los medios tradicionales como los impresos, afiches, grandes vallas, televisión y radio, volantes, etc. Y todo junto termina en un exceso de superficial información destinada a vencer por cansancio al elector y así conquistar su voto.
Esta avalancha de información nos quiere mostrar a los candidatos como perfectos, buenos y angelicales. Las biografías y narrativas que nos presentan la mayoría de veces transitan por lo cursi, ridículo y bobalicón. Por ejemplo, en un folleto que me entregaron, el registro gráfico del candidato comienza con su foto de cuando era un bebé de días, luego de niño, más adelante sus grados de colegio y universidad, sigue la imagen de familia perfecta con su esposa, hija y mascota incluida. Más adelante, ya en el rol de hombre público nos enseña su vocación por el campo, la afinidad con los humildes, su sencillez y dotes pedagógicos. Y el candidato, todos, siempre risueño.
Cuando el candidato es de origen modesto, lo repite una y mil veces, hasta el cansancio, abusando de este hecho y pretendiendo ganar la más alta legitimidad por su cuna. Cuando es acomodado o rico, lo trata de disimular lo más que puede y hace referencia a esfuerzos o sacrificios que nunca tuvo que hacer.
En cuanto a sus estudios, a los más mediocres y burdos profesionales los adornan varios postgrados y sus desempeños laborales aparecen como muy destacados, a sabiendas de que han transcurrido entre la marrulla y el comercio clientelista. Como lo vemos día a día, luego se evidencia que más de una mentira se lanza al aire impunemente a la hora de presentar a los candidatos como aplicados académicos.
Todos sin falta se promocionan como cruzados contra la corrupción, incluso los que son reconocidos por bandidos, que tal vez por sus vivezas y la ayuda de sus abogados no están en la cárcel. Hay una pregunta muy sencilla para hacer ¿si todos los candidatos a los cargos públicos son pulquérrimos ciudadanos, entonces quiénes son los funcionarios corruptos? algo no cuadra.
A esto debemos sumarle las más variadas, incoherentes y mercantiles alianzas y coaliciones entre los partidos. Que el Centro Democrático -CD, esté en coalición con el Partido Conservador tiene sentido. Pero ¿qué hacen juntos el Centro Democrático y el Partido Liberal -PL? Líderes regionales del CD hacen alarde de su transparencia y honestidad, pero van tras el botín de la mano de tenebrosos bandidos de otros partidos... y del propio. A nivel nacional los partidos se baten a duelo, pero en las regiones y los pueblos, comen con impudicia de la misma mesa.
No sé lo que deba hacerse para mejorar, así sea un poco, la política que padecemos. Tal vez hay que empezar por cosas sencillas ¿qué tal si los candidatos no dicen mentiras?
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Siempre hay excepciones a la regla, y en política esto es una fortuna, pues nos da algo de alivio y esperanza. Por eso votaré para el Concejo de Manizales por Adriana Arango, número 4 en la lista del Partido Verde.
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