Toledo es una pequeña finca a una hora de Manizales, solo tiene dos cuadras (fanegadas). Allí, desde que empieza a amanecer hasta que oscurece, se pueden ver cada día, con suma facilidad, unas treinta especies de aves. En el año se alcanzan a contar hasta 45 especies, incluyendo las que esporádicamente llegan. Todo esto sin hablar de lindas ranas de varias clases, ardillas, abejas comunes y angelitas, una inmensa variedad de insectos y mariposas, pequeñas iguanas y ocasionalmente unas majestuosas de gran tamaño. Todo esto teniendo como base una muy variada y abundante vegetación.
A dos metros de distancia de una casa abierta, casi metidas en ella, las aves comen plátanos y bananos, beben agua y se dan refrescantes baños. Azulejos, canarios, eufonias gorgiamarillas, azulejos palmeros, mirlas olleras, bichofués, sueldas crestinegras, tángaras rastrojeras, chamones, carpinteros habados, codornices y, los más vistosos, asomacandelas y turpiales, son los comensales diarios. Unos metros más allá se ven pechiamarillos o asomabalcón, pechirojos, garrapateros, tres variedades de loros: cotorras chejas, pericos carisucios y periquitos de anteojos, tortolitas, torcazas nagüiblancas y colibríes de varias clases. Y a unos treinta metros más o menos se ven alcaravanes, ibis negros, garcitas ganaderas y gavilanes. En los helechos de la casa anidan varias de estas especies, además de los cucaracheros, y en ciertas temporadas a las cinco de la tarde aparecen bandadas de golondrinas.
Si se emprende una caminada de 25 minutos se llega a un par de pequeños lagos de la granja de la Universidad de Caldas donde se encuentran garzas reales, fochas, pollas azules, viuditas comunes, uno que otro andarríos solitario y la joya de la corona: el Martín Pescador Matraquero, además de una bandada de aproximadamente 300 patos iguaza y una decena de las especies nombradas en el párrafo anterior.
En el camino de ida y vuelta aparecen el Sirirí Tijera, el Espiguero Ladrillo, el Espiguero Capuchino, el Carpintero Buchipecoso, el Carpintero de los Robles y otros pájaros pequeñitos de los que no sé su nombre.
Si bien todo el día es un desfile permanente de pájaros, las mejores horas para disfrutar su presencia son de 6 a 7 de la mañana y de 5 a 6 de la tarde, cuando inician y terminan sus faenas diarias, momentos en que aparecen en escena o se preparan para recogerse. Adicionalmente, pasan por las inmensas avenidas del cielo grupos de ruidosos loros, ibis negros y garzas. Por la noche, si se tiene suerte, se puede ver al Currucutú y al Bienparado, dos tipos de búhos.
Sumado al deleite que es para nuestra vista sus múltiples colores, tonalidades y brillos que despliegan de manera prodigiosa, sus hermosos cantares son melodiosas y perfectas sinfonías. El campo verde es el inmejorable teatro para escuchar sus obras maestras.
Sin duda, esta descripción es tremendamente pobre comparada con el hecho de ver y oír una sola de estas majestuosas aves. Si se dispone la atención hacia este multicolor universo, se puede entrar en un estado meditativo por mucho tiempo. Estos bellos pájaros son una ventana a las perfecciones que hay en el mundo, ante las cuales cualquier deseo o ambición se esfuma y solo llegan agradecimiento y admiración.
Muy cerca de esta pequeña arcadia tenemos un tesoro inconmensurable, portentoso, que parece invencible, pero que está siendo atacado sin piedad y con ignorancia por ejércitos de depredadores: la Amazonía colombiana. En el año 2017 se arrasaron 144.000 hectáreas y en el 2018, 200.000. Es como si en un año se acabara con 112.500 paraísos como Toledo y al año siguiente con 156.250.
La belleza de Toledo es un Domingo de Ramos. La destrucción de la Amazonía colombiana es un Viernes de Pasión. ¿Podremos tener un Domingo de Resurrección para esta hermosa tierra que nos da la vida?
A través de la historia, los grandes maestros de la humanidad han hecho un llamado permanente a la vida espiritual. Una manifestación vigorosa de la espiritualidad es el cuidado de la naturaleza. El ser humano y la naturaleza son realmente un solo ser y no tiene sentido hacerse daño a uno mismo. Hoy, más que nunca, más que siempre, es perentorio vivir la espiritualidad a través del cuidado de la naturaleza, cesando inmediatamente la agresión sobre la tierra. La Semana Santa es un buen tiempo para hacer el propósito de enmienda con la naturaleza que nos lo da todo.
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