Conocí a José Fernando Calle en julio de 1984. Empezaba a estudiar Derecho en la Universidad de Caldas y él era el profesor de Derecho Penal General. El lunes pasado, conversando con su esposa Clemencia Botero y su hija Irene, les comenté que no recordaba en qué momento pasamos a ser muy buenos amigos, ese tránsito quedó en la bruma de los recuerdos. Lo que sí tengo muy claro es que como profesor era inmejorable y como amigo entrañable.
Entré a estudiar Derecho motivado por unas ideas muy generales e incluso vagas, como lo hacemos casi todos en todas las profesiones. El doctor Calle fue responsable en muy buena medida de que se fueran cimentando unas bases sólidas de lo que era el Derecho, en quienes empezábamos a dar los primeros pasos en esta disciplina. Alguna vez le escuché decir a alguien que quien sabe Derecho Penal General sabe Derecho Penal; en ese momento tuve la certeza de saber Derecho Penal única y exclusivamente por haber tenido de profesor a José Fernando. De cuando en cuando siento pesar de no ejercer el Derecho Penal; este sentimiento tiene como causa haber sido alumno de José Fernando Calle y Ariel Ortiz. Con ellos era muy fácil aprender. Sabían mucho y enseñaban de manera encantadora, capturaban con la mayor facilidad la atención de los estudiantes. Por dos décadas José Fernando y Ariel fueron los maestros de muchos abogados que hoy ejercen con acierto el Derecho, ellos dos se constituyeron en una institución indivisible.
Produce rabia y frustración hacer una simple comparación entre tantos abogados mediocres y bandidos que pasan por las altas cortes, y juristas como el doctor Calle, que conocía mucho de doctrina, jurisprudencia y ley; que sabía aplicarlas con facilidad a los hechos y que siempre estaba guiado por la justicia y la equidad. O entre ampulosos litigantes, codiciosos hambrientos de fama y poder, pero pobres en Derecho, y un profesional como Ariel Ortiz.
José Fernando vivió con austeridad y sencillez, pero de manera exquisita, sus gustos y hábitos eran los de un espíritu superior, de un sabio antiguo. Hombre de literatura como ninguno, pero sin poses de intelectual. De los autores que leía no conozco a casi ninguno, no era lector de lo obvio. Así como formó buenos abogados, también lo hizo con buenos lectores. La música clásica lo llenaba, especialmente Bach.
El doctor Calle tenía la costumbre de forrar sus libros, en el papel de los sobres de manila. Lo hacía de manera metódica y estética, con unas pequeñas tijeras daba los cortes precisos de la cubierta. Su propósito era preservar y cuidar los libros, que para él eran tesoros. Adicionalmente, no era posible saber qué estaba leyendo, él no quería hacerse propaganda. Eso sí, si se le preguntaba por sus lecturas, con generosidad compartía relatos y apreciaciones. De él me quedó la costumbre de meter en un sobre de manila de cuando en cuando algunos libros que quiero leer con discreción. Una copia perezosa de su hábito.
En los doce años que llevo escribiendo esta columna, siempre que los temas a tratar involucraran conceptos delicados del Derecho Penal llamaba a José Fernando. No quería meter la pata. Luego de largas charlas ya tenía la seguridad de exponer con solvencia las ideas sobre la materia. Es bueno recordar que la vida social y política de Colombia está atravesada de cabo a rabo por el Derecho Penal y muy especialmente este tortuoso paso de la guerra a una paz esquiva. Para mi gusto, el doctor Calle tenía una visión esclarecedora de la relación entre sociedad y Derecho.
La última vez que vi a José Fernando fue el lunes 9 de octubre pasado. Me recibió en su casa, fue un encuentro del alma. Al despedirnos nos tomamos las manos de manera amorosa y me dijo: “Ricardo, esto es de pocos días”. Le respondí: “estoy contigo todo el tiempo”, a lo que afirmó: “Yo sé que sí”. Sentí la trascendencia en ese justo momento.
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José Fernando tenía una cuenta en Twitter: @JoseFCalle.
No tengo Twitter, pero me han dicho que es muy buena. Vale la pena explorarla.
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El doctor Calle murió a causa de un mesotelioma pleurar, enfermedad que se produce por contaminación por asbesto. Otra notificación urgente para que el gobierno y el congreso, o en su defecto la Corte Constitucional, tomen medidas perentorias que prohiban su uso en Colombia, como sucede en 55 países.
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