Hace un par de días, ojeando las noticias en el celular, saltó en la pantalla la propaganda de un Smartphone que ofrecía una compañía de telefonía móvil por $ 3.500.000. Más adelante, apareció el anuncio de una camioneta de alta gama; después el ofrecimiento era de una aerolínea para volar a un destino de prestigio. Y ya están cargando baterías los bancos para “embutirle” a los clientes tarjetas de crédito y préstamos que no han pedido. Pasando a las noticias de la televisión, se ven largas filas de ansiosos compradores frente a las tiendas Zara, las que venden la llamada moda democrática. Más y más gente está saliendo a las calles y muchas actividades económicas empiezan a calentar motores con la esperanza de funcionar a plenitud lo más pronto posible. Es en todas partes, no solo en Colombia, es el mundo entero. También aquí y allá hay protestas y presiones de aquellos a los que no se les ha bajado la bandera que los autoriza a retomar el trabajo que les da sustento. Sin duda, estamos ante el despertar, luego de una larga hibernación.
Y no es que la pandemia haya pasado, es que las personas, las ciudades, los negocios, las empresas, los países no aguantan más encierro, más incertidumbre y más carencia de recursos para subsistir. Sin una economía moviéndose perecemos. El riesgo de un rebrote del Coronavirus es alto, y puede ser catastrófico. No se sabe. Pero los diques de contención están a punto de reventarse y por eso los gobiernos dan la largada, la que, de paso, muchos ni la esperan, salen por su cuenta. Tal vez no había de otra.
Ojalá este despertar sea lo menos traumático y costoso posible. Pero, una vez los signos vitales de las personas y las comunidades estén estables, no tenemos opción distinta a emprender el camino de otro despertar. Es paradójico, estamos saliendo de la hibernación, pero este primer despertar es otro tipo de sueño, el sueño de la inconciencia, por eso es urgente, de vida o muerte, un segundo despertar, que nos instale en la conciencia y la responsabilidad.
Como es costumbre desde hace un par de décadas, periódicamente se hacen llamados a gobiernos, empresas y ciudadanos para cambiar el rumbo; científicos y personalidades alzan sus voces como profetas, pero estamos sordos, no escuchamos, más bien seguimos extasiados en orgías de destrucción.
El último llamado lo hicieron personas de ciencia de la mano de figuras del cine como Juliette Binoche, Pedro Almodóvar, Alfonso Cuarón, Robert de Niro y Joaquin Phoenix, quien al recibir este año el premio Oscar como mejor actor por su papel en la película el Guasón, reclamó por una urgente acción que salve el planeta. Esto nos dicen ahora:
“La pandemia de coronavirus es una tragedia. La crisis está invitándonos a examinar qué es esencial. Lo que vemos es sencillo: los “ajustes” no son suficientes. El problema es sistémico.
“… La catástrofe ecológica en marcha es una metacrisis: la extinción masiva de la vida en la Tierra ya no está en duda…Al contrario que la pandemia, aunque severa, un colapso ecológico global tendrá consecuencias incalculables.
“… pedimos a nuestros líderes, y a todos los ciudadanos, que dejen atrás esta lógica insostenible que aún prevalece y comenzar una profunda revisión de nuestros objetivos, valores y economías…el consumismo y la obsesión por la productividad nos ha llevado a denegar el valor de la vida: de las plantas, los animales y de un gran número de seres humanos. La polución, el cambio climático y la destrucción de nuestras restantes zonas naturales han llevado al mundo a un punto de ruptura. Por estas razones, junto a crecientes desigualdades sociales,…es impensable “volver a la normalidad”.
“La transformación radical que necesitamos exige valentía y coraje. No sucederá sin un compromiso masivo y resuelto. Debemos actuar ahora. Es más una cuestión de supervivencia que de dignidad y coherencia.”
¿Seremos capaces de despertar de verdad?
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