La traducción es espantosa, sin duda; la correcta sería ‘democracia no liberal’. Pero me doy la licencia de la mala traducción en procura de llamar la atención sobre el fenómeno que encarna la expresión ‘illiberal democracy’, la cual empezó a tomar fuerza hace unos 20 años, básicamente en foros académicos y de análisis político. Este año, con el peligro de un segundo periodo presidencial de Donald Trump, riesgo aún existente, pero con una ínfima probabilidad, vuelve a ser más que relevante la expresión y el fenómeno, y no solo para Estados Unidos, sino para todo el mundo.
La democracia liberal es una forma de organización política y de gobierno, con más de dos siglos de evolución, que opera con unos postulados básicos: la elección del gobierno por los ciudadanos; la división del poder público con autonomía de cada una de las tres ramas fundamentales que lo componen: ejecutivo, legislativo y judicial; un cuerpo de derechos individuales y colectivos de los ciudadanos, inviolables, elevados a rango constitucional; prensa libre, y en general una distribución de derechos efectivos a través de toda la sociedad y de todo el Estado, que impida el ejercicio del poder de manera autoritaria y arbitraria por cualquier agente estatal o por un particular. Esta concepción de la democracia es la que a partir de la segunda mitad del siglo XX contribuyó, de la mano de fuertes movimientos sociales, a la ampliación de derechos civiles, como por ejemplo la reivindicación para los afroamericanos, el voto femenino, la protección de comunidades indígenas, de la comunidad LGBTI y el cuidado ambiental. Lo que muchos llaman ampliación de la democracia. Recordemos que venimos de la total discriminación por motivo de raza, que prohibía a un negro en Estados Unidos entrar a un restaurante o un baño para blancos hasta casi 1970; de la penalización de la homosexualidad hasta 1980 en Colombia; de la marginación de sectores amplios de la población, como por ejemplo los indígenas, quienes veían agonizar sus comunidades, culturas y lenguas; y de un ejercicio jerárquico a rajatabla del poder gubernamental.
Pero esa democracia liberal es frágil, depende de un delicado balance, como expresan los constitucionalistas norteamericanos, y su salud y supervivencia implica un esfuerzo de todos los días. Su debilitamiento desemboca en lo que el agudo analista de CNN Fareed Zakaria, el estadista canadiense Michael Ignatieff y el académico Stephen Holmes, entre otros, han llamado iliberal democracy – democracia no liberal, en la cual se conservan las elecciones con sus formas, pero se arrasan y arrinconan derechos y equilibrios que se han construido en los últimos dos siglos, surgiendo un Estado y una sociedad parecidos a los que se vivieron en Alemania, Italia, Hungría y España hace ya casi un siglo y que se consolidaron en gobiernos fascistas. Por eso algunos llaman a la ola de democracia no liberal de hoy, neofascista.
Lo que acaba de pasar en Estados Unidos fue un muy apretado triunfo, por menos de una cabeza, de una perspectiva de democracia liberal sobre una de democracia no liberal, y esto, que pareciera apenas un juego de palabras de analistas, es sin lugar a dudas la diferencia entre la conservación de la obra política de la humanidad en los últimos dos siglos y el regreso a tiempos bárbaros o de tiranía.
Pero el triunfo de Biden sobre Trump no es un triunfo definitivo y global. El virus de la democracia no liberal, con su autoritarismo, irrespeto por la división de poderes y especialmente por las cortes constitucionales, su racismo y xenofobia, privilegios para los más ricos, desconocimiento de la diversidad, negación ambiental y perspectiva burda del contrato social, está más que vivo y sigue representando un riesgo de pandemia. Putin en Rusia, Erdogan en Turquía, Orban en Hungría, Duterte en Filipinas, Salvini en Italia, Bolsonaro en Brasil, Maduro en Venezuela, y en nuestro país el Centro Democrático, Uribe y Petro, siguen amenazando a la democracia. Y no son solo ellos, es toda una cultura y un pensamiento de un buen sector de la sociedad, pues todos estos políticos ganan elecciones con millones de votos. La superviviencia de la democracia liberal debe comprometernos a todos los que queremos una sociedad más justa, equilibrada y con un sentido trascendente, más allá de la ley del más fuerte.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015