La expresión ‘delicado balance’ es muy conocida en el constitucionalismo de Estados Unidos para referirse al equilibrio que debe existir entre los poderes públicos – gobierno, legislativo y jueces, para lograr los fines fundamentales del Estado y evitar abusos y tiranías. Los desarrollos científicos de las últimas décadas nos han mostrado que esta expresión, delicado balance, opera más que nada para la naturaleza, pues ha quedado en evidencia cómo la intervención humana ha roto miles de equilibrios de la naturaleza, teniendo como el más claro ejemplo el cambio climático y la tragedia ambiental que estamos viviendo.
La abrupta llegada del covid-19 dejó por el suelo muchas falsas certezas que estaban enraizadas fuertemente en la cultura, tan sólidamente arraigadas que es muy posible que se vuelvan a instalar cómodamente en nosotros. Una de ellas es la idea de la abundancia material como garantía de la felicidad. Lo que debemos observar con mucha atención, ahora que se empiezan a bajar los puentes de los guetos que debimos establecer estos últimos dos meses, es si retomamos la vida tal cual la dejamos suspendida antes de la cuarentena, o si empiezan a germinar semillas de una manera diferente de vivir y relacionarnos con la naturaleza y las demás personas.
Sin duda, el reinicio de actividades que empezó a darse esta semana en muchas partes del mundo obedece a las necesidades apremiantes que generó un encierro tan prolongado para una época de tanta interacción y movimiento. Pero este tímido despertar se da con extremada cautela, no carente de temores y algunas controversias. El asunto es establecer un delicado balance entre la salud y las necesidades de subsistencia de individuos, familias, comunidades y unidades económicas, es decir las empresas. Las decisiones de la apertura conllevan muy fuertes dilemas y sin duda cualquier escenario que se desarrolle implica costos. Estas son las medidas que deben tomar los gobernantes, más allá de toda la palabrería con que usualmente se despachan en su comunicación con los ciudadanos. Lo que esperamos de ellos es que sus decisiones sean profundamente responsables y, usando una muy desgastada expresión, con miras a un bien superior.
La fase que comienza, que abarcará la parte final de la pandemia, será como atravesar una cuerda floja, y está destinada a reestablecer la vida como la conocíamos, no hay de otra. Es como rescatar a un paciente que está en una unidad de cuidados intensivos y con riesgo de muerte, lo primero es conservar su vida. Ahora bien, retomar las cosas como venían antes hasta poder hundir el acelerador al máximo, sería una muerte garantizada más adelante, pues la manera en que las sociedades han estado viviendo las últimas décadas ha sido tremendamente dañina para todos y criminal con la naturaleza. De la mano de las obligaciones que los gobernantes tienen en esta reapertura de las economías y mercados, las cuales están enmarcadas en el delicado equilibrio que ya se mencionó entre salud y subsistencia, para los que de verdad tengan espíritu de estadistas será menester la revisión total de las actividades humanas y de toda la economía, pues es hora de dejar atrás y con urgencia lo que nos está envenenando y matando.
Qué sectores económicos se deben proteger y fomentar; cuáles restringir, limitar y extinguir; qué consumir y en qué medida, son asuntos centrales que deberán abocar los estados, los gobernantes nacionales, regionales y locales, los parlamentos y los jueces, pero sobre todo las sociedades y los ciudadanos. Ojalá en próximas elecciones recordemos la emergencia del Covid 19 y apoyemos solo propuestas y candidatos que hayan aprendido la lección. Y lo más importante, ojalá que nosotros, los ciudadanos, aprendamos la lección y nos demos una nueva oportunidad junto con el planeta.
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