Termina el año de la pandemia, un año monotemático, lleno de tragedia, dolor, angustias y reflexiones. Se cierra con un balance de muerte, enfermedad, millones de profundos dramas familiares y personales, malestar económico y trastorno de todas las actividades sociales y humanas.
A las semanas de aparecer el Covid llegaron las reflexiones sobre lo que nos estaba pasando, sobre lo que debíamos hacer y la obligación de ‘vivir más sencillo’, de ‘recuperar nuestra naturaleza’, de ser ‘mejores personas’. Pero al tiempo, como muestra irrefutable de la esquizofrenia colectiva, se escucharon, a todo volumen, los clamores por recuperar la producción, las ventas, las utilidades, con un colofón alucinante: los días sin iva. En medio de mensajes llamándonos a vivir como ermitaños, se nos invita a salir al mercado, con frenesí, en aglomeraciones de Black Friday, para comprar un televisor o un teléfono celular. Esto sin contar las fiestas clandestinas en que centenares de orates bailan frenéticamente en un pequeño espacio cerrado y sin ventilación.
La conclusión es que el coronavirus no ha sido suficiente para que hagamos un cambio profundo en nuestra manera de vivir. Este año de la peste podría ser totalmente ineficaz como el remezón que necesitamos para salvar lo que va quedando de este planeta, para vivir de una manera más sana.
Las campañas pulularon: que la naturaleza nos estaba mostrando algo y advirtiendo sobre la urgencia de cambiar de rumbo; que deberíamos vivir con menos cosas; que había que recuperar la vida en familia; que era un llamado a la solidaridad; que de ‘esta’ saldríamos renovados. Pero el día a día va por otro lado: los empresarios y comerciantes, en parte con derecho, pero en parte por codicia, quieren que todo vuelva a la ‘normalidad’, lo que significa producir, producir y producir, y vender, vender y vender. Los bancos siguen en su empeño de embutir tarjetas de crédito y préstamos a todo el mundo, y la industria del turismo, sobreviviendo a la ausencia de visitantes, solo espera la largada después de la vacunación para regresar al ritmo de antes, con toda su dosis de artificialidad, consumismo y destrucción de comunidades y naturaleza.
Detrás de todo esto hay una lógica perversa, un axioma, un acto de fe incuestionable: el crecimiento económico y de las utilidades. Este principio pervivirá luego de la pandemia. Y es este mandamiento absoluto el que nos está enfermando y está aniquilando la vida en la tierra. No hemos entendido, y estamos lejos de entender, que el equilibrio de este planeta es muy frágil, y que lo estamos alterando tan brutalmente que pronto solo tendremos desolación, así no tengamos coronavirus. Hay una contradicción fundamental: el ‘progreso’, la ‘prosperidad’, es la muerte de la tierra; y esta es nuestra muerte, pues sin una tierra saludable no sobreviviremos. Como profetas bíblicos nos llegan huracanes, ciclones, tormentas, incendios, inundaciones, pero no entendemos, somos brutos.
De toda la charlatanería producto de la pandemia no quedará nada. Sin embargo, tenemos la posibilidad de cambiar, de tener una esperanza. Solo el cambio individual de cada uno, con seriedad, permitirá salvar la vida en la tierra como la conocemos hoy. Y será la suma de los cambios individuales la que hará posible recuperar el equilibrio.
¿Ejemplos de charlatanería? Este gobierno que nombra ministro de ambiente a un señor sin ninguna trayectoria y sin vocación para el oficio, el cual lo primero que hace es sacar a una gran funcionaria, Julia Miranda, quien era prenda de garantía en el cuidado de los parques naturales; en su puesto pone un opaco burócrata. Nuestros gobiernos han sido tan idiotas en la materia, tan pérfidos, que escogen como ministros de ambiente a personas que son una nulidad en asuntos ambientales.
¿Ejemplos de seriedad? Las comunidades indígenas. Está comprobado por estudios serios que los mejores cuidadores de la naturaleza son ellas. Así como los monasterios y monjes resguardaron la civilización clásica en la Edad Media, así las comunidades indígenas están protegiendo el tesoro de la naturaleza.
La felicidad está en otra parte, no está en el mercado. La revista Bioscience publicó una investigación del científico Martin Dallimer y otros, en la que se evidenció que las personas que tienen la oportunidad de ver más aves pueden ser más felices y tener mayor bienestar psicológico. La hipótesis de fondo es que el ser humano cuando evidencia mayor biodiversidad a su alrededor está más satisfecho.
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RUEGO: Por favor, no tire pólvora en estos días, procure que nadie la tire. La pólvora es destrucción y muerte para las aves… y para todos.
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