En nuestra historiografía son escasos, lastimosamente, los epistolarios. La intimidad que trasmiten las cartas, esos puntos de vista expresados desde una cotidianidad, poco ha penetrado nuestra historia. Creo que muchos se han perdido, porque los descendientes o albaceas no les vieron méritos desconociendo su valor histórico, o tal vez estén asustados que dentro de esas cartas salga a la luz algún incidente que debe permanecer en secreto.
En el año 1918, el nieto de don Rufino Cuervo, don Luis Augusto Cuervo Pérez, publicó en la Biblioteca de Historia Nacional parte de las cartas que su abuelo recibió durante su corta vida. Es esta una loable excepción que nos permite participar de las “conversaciones” que tenían hombres como Manuel José Mosquera, futuro arzobispo metropolitano de Bogotá, los generales Santander, Córdova, Mosquera, Alcántara, López y Obando con este importante hombre. Estas figuras históricas que solemos conocer en bronce adquieren otra corporalidad por medio de la palabra escrita dirigida espontáneamente a ese amigo. No solo el elegante protocolo de saludo y despedida llaman la atención, sino una que otra infidencia reluce en esos textos que permiten ver ciertos hechos históricos desde otro ángulo.
Dentro de este epistolario que va solo del año 1826 hasta 1840, que se compone de aproximadamente 270 cartas y 63 remites, sobresalen las que Juan de Dios de Aranzazu le dirigió a su mejor amigo, no solo por la cantidad, sino por lo íntimas y familiares. Infortunadamente este epistolario, como la mayoría, solo incluye la carta recibida, ya que la respuesta, por lógica, queda en manos del otro y es un acto de gran petulancia guardar copia para la posteridad.
Dentro de estas cartas se encuentran varias referencias a la famosa Concesión Aranzazu, la cual, según ciertos historiadores, atrasó el desarrollo de esta región, por pertenecer a un solo hombre un globo de tierra de ese tamaño. En una escrita en Rionegro el 25 de octubre de 1826 dice: “...Te remito una copia del escrito de Salazar y decreto del intendente, como también otra del oficio de los armeños al tiempo de la posesión. Sobre este particular instituyéndome a menudo; estas tierras son, rigurosamente hablando, lo único que me resta de mi fortuna, y si las pierdo me apunto hasta con el Gobierno de Turquía, porque un hombre pobre es capaz de transigir con todo. Aquí no se ha presentado todavía, y a vuelta de correo me dices precisamente lo que debo contestar...” Otra, del 8 de mayo de 1827 igualmente escrita en Rionegro le comenta a Cuervo: “…A tu apreciable de 14 del pasado digo: que en el acto que regresó de Salamina el Alcalde, le presenté un escrito manifestándole la ilegalidad de su procedimiento; pedía revocase su determinación y protestaba apelar en su contrario. Actualmente está el negocio en Asesoría, y creo seguirá muy pronto a Bogotá...” Son 5 veces en que Aranzazu comenta este asunto recabando la opinión jurídica de Cuervo. Parte de este pleito, que adquiere esa dimensión porque Aranzazu no tuvo a mano el documento firmado por el virrey donde le concede esas tierras a su padre José María Aranzazu antes de la Independencia, está reflejado en estas cartas. Este documento finalmente aparece, pero tarde, porque Aranzazu llega a un acuerdo con el abogado de la contraparte y aporta lo que le resta de sus tierras a una nueva empresa inmobiliaria cuyo fin era vender lotes a los colonos.
En estas referencias trasluce un hombre cauto, preocupado por sus bienes que se apoyaba en la ley para defenderlas y, a pesar de sus influencias políticas, se atuvo a los dictámenes de un Estado de derecho, en cuya fundación estaba empeñado en aportar.
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