Hace más de 80 años que el Estado está promoviendo el turismo en el país por medio de leyes y hace unos pocos lustros es evidente el impacto de este importante sector económico. Tal vez estemos a tiempo y un análisis a fondo nos podrá dar luces si ese impacto se puede calificar como benéfico y no resulte que la llamada industria sin chimeneas sea una Caja de Pandora de la cual solo brotan cosas malas.
Si se le echa una mirada a Cartagena, la ciudad más destacada en este campo, debemos comprender que ese desarrollo es anormal. El turismo de Cartagena pasó a manos de inversionistas y empresarios internacionales que por supuesto necesitan estandarizar el negocio y simplificar la administración de esos millones de dólares que deben presentar unos réditos permanentes. La casona en el centro histórico, sus dueños la vendieron a un inversionista nacional que a la vez se la alquila a un empresario igualmente foráneo que coloca allí una venta de esmeraldas o una sucursal de una marca internacional de ropa. Los cartageneros participan de esa danza de los millones en forma de meseros, celadores y de vendedoras. Y es esa la razón de por qué está plagada de vendedores informales Cartagena, los cuales con técnicas de mercadeo pesadas y fatigantes, que causan total rechazo en el visitante, tratan de obtener para sí un pedacito de esa lucrativa situación de la cual operativamente están excluidos. La población original, esa gente simpática, de ingenio y chispa del centro histórico de Cartagena fue desplazada de su tradicional hábitat perdiendo esa parte de la ciudad su característica y atractivo. Se puede concluir que el centro histórico de Cartagena fue vendido, dejó de ser porque gentes con grandes cantidades de dinero lo convirtieron en otra cosa. Y me pregunto: ¿eso es turismo? Por supuesto gritan los medios aliados con los empresarios completando el coro los concejales de Cartagena que se mueren de dicha de manejar el presupuesto de esa ciudad que es uno de los más fornidos del país debido al impuesto predial que captan. Me pregunto: ¿es necesario que el Ministerio de Cultura, o sea nuestros impuestos, se conviertan en inmensas inversiones para restaurar un espacio que a nuestra cultura no le aporta nada? Estamos restaurando, no para preservar nuestra identidad, sino para perfeccionar un parque temático llamado Cartagena donde atracan los famosos cruceros máximo exponente del turismo de consumo. ¿Le debemos crear al turista, de cuenta nuestra, un escenario de ensueño para que un grupo de empresarios se enriquezcan, solo porque unos mentecatos ministros le apostaron al desarrollo turístico más elemental y caníbal? Cartagena, la otrora histórica y tradicional ciudad, la perdimos, ha sido rematada; ¿cuál ciudad sigue?
Ese es un esquema, el imperante en las mentes de los planificadores y gestores turísticos en Bogotá, pero hay otras escuelas que presentan otros enfoques demostrando que hay otros caminos. A Manizales acuden en Ferias miles de turistas desde hace más de 2 generaciones y la ciudad no fue vendida. Manizales crece en esos días en todos los sentidos y retorna a su estado natural una vez pase esa turbulenta semana de principio de año. La Feria es un evento autóctono diseñado para foráneos como para la población local. En este evento el lucro es para todos, desde el vendedor de mazorcas del Cauca hasta el empresario taurino español. Hay hoteles de propiedad de manizaleños como hay varios vinculados a cadenas internacionales. Aquí en Manizales no dejamos que ese evento se explaye y se vuelque por los atajos más fáciles, sino tenemos una oficina que todo un año está planificando y conduciendo este evento por un sendero claro. La Feria de Manizales no ha sido vendida y por ende es incluyente. Y así como sucede en Manizales hay muchas ciudades en el país que pueden mostrar cómo se maneja un turismo sano que representa oportunidades para todos los que quieran fincar en él su prosperidad desde el pequeño empresario local hasta el experto internacional.
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