El oficio de escritor es bastante ingrato, se podría decir que todo su entorno es hostil. Los réditos en todo sentido son escasos y las pocas excepciones no cambian el promedio. Ser escritor se debe combinar con otra profesión, o escogerlo como un hobby para que no desestabilice la vida de este, en sí, importante protagonista de sociedades sanas.
Con condiciones de este grado de adversas este oficio entra en una decadencia donde solo personas muy obstinadas, o realmente desasociadas de la realidad, subsisten implicando que la visión ponderada de la realidad que capta un escritor en sus escritos sea sacrificada.
¿A qué se debe esta situación? ¿Qué o quién cambió? Porque en otras épocas ser escritor era requisito para acceder a espacios como la política y el reconocimiento social era otra de las inmediatas recompensas que obtenía el escritor.
Si miramos ese fenómeno desde un punto de vista de mercadeo, o sea lo tomamos como un producto y analizamos su aceptación y por ende demanda, vemos que muy pocas personas están interesadas en este producto. Manizales tiene 6 librerías de actualidades y otras 6 de libros usados, pero tiene más de 76 almacenes de insumos para mascotas, vemos entonces la gran diferencia acerca del peso del producto de un escritor, que es un libro, en los hábitos de consumo de nuestra sociedad.
Analicemos ahora la otra cruz que oprime al escritor que seguramente está relacionada con el cuello de botella ya descrito: al no haber demanda, le será muy difícil encontrar quien le fabrique su libro. Supongamos que el escritor sacrifique, después de mandar sus manuscritos a casas editoriales en Bogotá y no recibir respuesta positiva, unos ahorritos y se acerque a un taller y contrate la impresión, no la edición, de su libro. Hago la diferencia, dado que si hubiera encontrado un editor, o sea la persona quien convierta un impreso en un libro, este autor habría avanzado un poco en su calvario y por lo menos se fracasaría con bombos y platillos, y como exigían los guerreros espartanos: moriría ostentando heridas en el pecho y no en la espalda, porque el aporte del editor, y yo lo sé, no es garantía de éxito comercial. Conozco muchos autores que les correspondió guardar gran parte de sus libros impresos en sus casas pues no lograron interesar a sus conciudadanos en su trabajo, probablemente elaborado por años. ¿Una persona frustrada que gran obra podrá escribir? El círculo vicioso vuelve y se cierra despóticamente.
Un amigo, el exdiputado Jorge Luis Ramírez, me decía tratando de explicar este fenómeno que afecta la cultura, que esto se debe a que vivimos en una sociedad donde se le dio la espalda al humanismo, donde la lectura y sus beneficios fueron relativizados y en gran parte desarticulados, porque decir reemplazados sería equívoco pues no fueron reemplazados; subsiste un vacío. La actitud de participar de las grandes obras de la literatura, la historia, del arte y de la filosofía desapareció, el estrechar lazos espirituales con las grandes culturas a nadie le interesa. Decía este prudente amigo que el sistema educativo es el reflejo de esa sociedad inmediatista, emocional y trivial que rechaza profundizar en el potencial espiritual del hombre. Insistía Ramírez que el libro desaparecerá, no por el impacto del internet, sino porque se desistió de formar lectores dispuestos a pensar y ver la vida desde un ángulo trascendental.
Se negará el Estado a aceptar esta situación, porque la constitución lo obliga a promulgar cultura y pondrá en práctica solo paliativos, ya que los funcionarios encargados de darle vida a ese mandato, y no deben ser los del Ministerio de Cultura propiamente, sino hablemos del orden local, por ejemplo los alcaldes, son producto de esa sociedad ajena a la cultura.
Se hará más encarnizada la lucha por los pocos espacios alrededor del libro y bajo la consigna de sálvese quien pueda, las literaturas locales desaparecerán de primero, no antes mostrando sus autores más aberrantes, pero bien conectados.
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