Manizales se resiste y finalmente le corresponde plegarse a cambios que no le llaman la atención. La tradición del café es una de esas reliquias que la ciudad guarda como vestigio de otras épocas y otras formas de comunicarse. No dudo que la temporada taurina; la Feria de Manizales o la fundación de la CHEC, se planificaron en una mesa del famoso café El Polo. No es el café, sino una mesa específica la que se convierte en institución y tener el derecho a sentarse en ella y poder deliberar y escuchar a los otros compañeros de mesa es un complejo privilegio que muchos nunca obtienen y otros simplemente dilapidan.
La amistad que me unió con Óscar González Salazar fue esa: una amistad de mesa de café. ¿Tuvo nombre esa mesa que ya se reunía en el desaparecido café La Cigarra y todos los días se daba cita en el café El Graduado a las 8 de la mañana? Las mesas de café no tienen nombre, se distinguen por los nombres de sus más asiduos integrantes. Esa mesa era la del Dr. Wesner Molina y del Dr. Óscar González, el uno de Chinchiná y el segundo de Aguadas. Rigen a esas mesas un protocolo excesivamente democrático, ya que no existen jerarquías y visitantes casuales se les admite sin obstáculo. Sí hay sillas reservadas y el Dr. Óscar ocupaba siempre la misma, lo mismo que el Dr. Wesner, los demás, o sea Vicente Arango; Aldemar Hoyos; el Dr. Ramón Correa; Jorge Enrique Mejía o yo nos sentábamos en cualquiera de las sillas desocupadas o arrimábamos una silla vecina. Esta mesa ya había sufrido un rudo golpe con la muerte del historiador y buen amigo Vicente Arango Estrada un mes antes de aparecer la pandemia que vetó por completo todo tipo de contacto físico y apenas hace unos pocos meses estábamos coincidiendo de nuevo.
Recuerdo que al Dr. Óscar González le gustaba reír, gozaba con los cuentos que Vicente Arango echaba, porque usualmente el Dr. González era un hombre serio, vistiendo siempre saco y corbata. Las mesas de café no tienen tema, este surge espontáneamente. Lo político era atractivo, pero no tenía peso entre nosotros porque todos parecíamos coincidir, así que el debate no era frecuente. Me llamaba la atención en el Dr. González el interés que le ponía a los temas de actualidad, especialmente a los concernientes al departamento, seguía siendo Óscar González un avisado lector, que no solo compraba los libros editados por mí, sino hablaba con especial esmero de novedades editoriales nacionales. Había en él un buen caldense que amaba su terruño norteño, sin dejar de prestar atención a los demás municipios. Se sentía a gusto en Manizales, la capital, por la cual sentía admiración. Los conceptos emitidos por él eran claros y precisos y defendía sus ideales con honestidad aceptando puntos de vista opuestos. Sustentaba sus argumentos con una vasta experiencia amalgamada por el don de la observación.
Fui varias veces a su oficina en el edificio del Comercio, pero nunca conocí a su familia y creo que este tipo de amistad fácilmente prescinde de esos otros vericuetos sociales, pero que en este caso no permiten compartir, siquiera, un pésame.
¿Son los cafés el ejemplo de un patriarcado en apuros? No lo creo, pienso que las mujeres también tienen sus espacios donde vivir la compañía de sus amigas. ¿Qué los cafés son excluyentes? eso es cierto, porque en estos locales se mezclan dos tipos de negocios: el café que opera de 7 de la mañana hasta las 7 de la noche y la cantina que en horas nocturnas le produce los esperados réditos al dueño por la venta de licor. Allí una mujer sufre el asedio de un machismo aupado por el alcohol, se trata de un ambiente carente de urbanidad, por ende, poco propicio para frecuentar.
Nuestros cafés datan de cuando las ciudades eran pueblos con un tejido social casi intacto y el rol ocupado por cada ciudadano y ciudadana correspondía a un orden. Y a ese orden, ciertas gentes le han declarado, exitosamente, la guerra. En esta batalla prima el ejercicio académico y no el sentido común, fuera que dista de ser la voz del pueblo. El acervo de los viejos, que lentamente se condensa en una tradición, es aniquilado por orden de un imberbe burócrata que se enteró de alguna llamativa teoría foránea por medio de unas fotocopias que un amigo le cedió y cree necesario alterar el mundo al falso amparo de un mandato popular.
La ausencia de Óscar González me recuerda a que no seremos historia, sino que nos convertiremos en presa del olvido, que la tan ponderada memoria no se detendrá en nuestra cercanía. Digo esto sin el menor asomo de vanidad, lo digo porque tengo la certeza, que, si bien formamos parte de una cadena, somos el último eslabón ya carente de función y todo termina, para nosotros, aquí.
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