Para mí, el libro ha sido un elemento crucial para construir civilidad. Su tamaño y bajo costo era ideal para promover y difundir nuestra cultura. No cabe duda de que hay una diferencia entre la persona que lee y aquella que se arriesga a vivir sin la compañía del libro.
Se suponía que el enemigo y, por ende, el fin del libro sería la informática, que los computadores acabarían con los libros, así como sucedió con los CDs y los discos de pasta. Bill Gates mismo, en su libro “Camino al Futuro”, del año 1995, contradice esta constelación cuando relata la fábula del rey Shirham de la India, que premió a uno de sus ministros por haber inventado el juego del ajedrez. Este le pidió como recompensa: “Que me dé 1 grano de trigo por la primera casilla del tablero, 2 granos por la segunda, 4 granos por la tercera, etc., de manera que cada vez se doble el número de granos hasta que rellenemos cada una de las 64 casillas.” La atención de Gates no recayó en la fortuna que este astuto ministro debería haber logrado, sino el tiempo que se necesitó para poder establecer el monto: “Al final de la tercera de las 8 filas, habían transcurrido 194 días, necesarios para contar los 16,8 millones de granos de las 24 casillas.” Concluye el magnate que la informática logra hacer ese cálculo en segundos, destacando la velocidad como ventaja esencial de lo digital.
¿Quién lee un poema contra reloj? En la lectura del libro lo que menos importa es la velocidad, se apela a momentos muy diferentes, como el goce estético y el crecimiento espiritual, ajenos por completo al saltar del segundero de un reloj.
Así que la informática, para poder calcular el clima, es ideal, porque combina una gran serie de datos y establece unos hechos a gran velocidad, cumpliendo con una necesidad específica, pero una rivalidad con la lectura de un libro no se establece propiamente. La lectura debe ser asimilada, primando la calidad de ese proceso y no la cantidad de páginas evacuadas.
Pero sí se acumulan en gran grupo negras nubes en el horizonte del libro. Me comentaba Adrián Osorio, el librero más importante y exitoso de la región, que la carestía del papel, causada por el alza de su precio, según parece por la crisis de los contendedores, encareció esa materia prima. Dice el librero de la “Roma” (en Pereira) que esto afectará a los nuevos escritores, que no podrán salir con un libro impreso, por los altísimos costos de su producción, y que las novelas de los escritores consagrados se convertirán en un objeto de lujo, reduciéndose los tirajes, estableciéndose una espiral invertida que arruina el negocio, porque al bajar el tiraje aumenta el costo de cada ejemplar.
Existe una alternativa, dentro de mi perspectiva, y esta la conforma el libro electrónico, sin papel. Esta tecnología data de muchos años y en Colombia nunca fue impulsada. En las ferias del libro de Bogotá esta versión del libro, cuando salió al mercado nacional hace más de quince años, fue proscrita. La Cámara Colombiana del Libro, a petición de las grandes editoriales, le cerró las puertas, perjudicando el arraigo de esta otra versión del libro, asegurándose de que no se asomaran cambios en el negocio. El libro electrónico requiere de un lector especial, me refiero a la persona. Este debe ser solvente en lo económico y poseer un dispositivo que cuesta, entre $330.000 y $1.400.000, valor que está muy lejos del poder adquisitivo del colombiano promedio, y que acarrea como efecto la “elitización” de la lectura de la versión “barata” del libro. Claro que estos libros pueden ser leídos igualmente en otros aparatos como tabletas o celulares, pero la incomodidad es asombrosa, así que esa persona interesada preferirá ver un video sobre ese tema que saciar su curiosidad por medio de un libro, y me pregunto ¿cómo será el video de una novela?
El libro se está batiendo en retirada y bastiones tan triviales como Colombia, caerán más rápido de lo presagiado. ¿Con qué reemplazará la humanidad ese ladrillo en la permanente construcción de la cultura que de todas formas continuará?
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