Manizales la concebimos muchos como nuestro hogar y campo de acción laboral. Nos gusta su pasado, su gente y estamos empeñados en colaborar con el futuro de la ciudad. Esa frase del mejor vividero del mundo me pareció corta para captar el amor que le profesamos a nuestra ciudad natal.
Pero en este casi medio millón de habitantes hay otro sector que se está expandiendo como un cáncer convirtiéndose en un problema complejo. Hablo de la Plaza Alfonso López Pumarejo que se ha convertido en los últimos dos años en un desastre.
Hice un recorrido el sábado pasado con un amigo que me había expresado su preocupación. Era una mañana lluviosa, logramos contar alrededor de 200 personas, la mayoría, jóvenes consumiendo bazuco, pegante, marihuana, gotas y pastas. Los jíbaros atendían su clientela, la mayoría joven de ambos sexos, con muy poco disimulo. Me decía el amigo que en días soleados la población se duplica. Al parecer la plaza estaba dividida en sectores defendidos por microtraficantes, porque en cada esquina había uno. Unos vendían bazuco y marihuana; otros pastas, entre ellas Rivotril y unas gotas llamadas Coquan, ambas presentaciones del famoso Clonazepam. Por el pegante les toca a los consumidores caminar varias cuadras hasta ciertos almacenes de pintura del Centro Histórico. Con señas mí guía, como en la obra de Dante, me indicaba la dinámica de la transacción de estupefacientes y cómo operaba la prostitución.
Mi amigo, vecino del sector me dijo que no era nada raro ver parejas teniendo sexo en la rotonda de ese parque. El uso del tapabocas es desconocido en esta isla del mal, esta gente se lo coloca, si lo tienen, en la cabeza o en el cuello desafiando lo inexorable de este virus. Contamos, en ese mar de miseria, a siete madres con sus críos consumir pegante y marihuana a la vez. A las 11:30 de la mañana terminamos de dar dos vueltas y nos pasamos al atrio de la iglesia de los Agustinos para ver esa deplorable escena desde el distante anonimato.
Me pregunto: ¿eso es normal? Ya que no me atrevo a preguntar si es legal. ¿Quién falla acá, la sociedad o el Estado?
En ese parque funciona un CAI de la policía; colinda con un templo católico; queda a 4 cuadras la Alcaldía de nuestra ciudad y a 4 cuadras queda la gobernación del Departamento. Instituciones, todas ellas, que representan valores; que reciben millones de pesos para ser útiles, precisamente, a esos ciudadanos.
El deterioro de la salud pública es evidente y me cuesta trabajo creer que soy el único que se duele con este cuadro. Sospecho que este cáncer será tratado con paliativos como redadas policiales que harán que los habitantes del parque se desbanden, pero volverán lentamente al sector, demostrando que ese complejo problema no fue enfrentado con inteligencia o decisión.
¿Cuántos millones de pesos se mueven al día en drogas en el parque? ¿Quién se beneficia con esto?
Sí sé que un turismo en el Centro histórico no será viable, porque estos drogadictos consiguen la plata para su dosis muy personal la en las calles del Centro, y no solamente pidiendo limosna. Un turista no querrá ver o ser víctima de ese desafuero que en esta importante parte de la ciudad está imponiendo una dinámica altamente peligrosa. La gente necesita ser protegida y la ciudad necesita ser salvaguardada, de eso no cabe duda. Cada día que no se intervenga de verdad este problema el costo se incrementará, porque no serán 200 jóvenes drogadictos en acción, sino 400 y en poco tiempo tendremos un problema de tal magnitud que la solución costará mucha más plata y esfuerzo; dineros y voluntades que se deberían emplear en otro tipo de actividades.
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