El folclore latinoamericano es de una riqueza sorprendente. Contrasta esta variedad de expresiones culturales con la cultura actual subyugada por excesivas influencias foráneas impidiendo que los países fijen una identidad, identidad que responda a un proceso autónomo y refleje la historia de esa comunidad. En los años veinte, con el surgir de las emisoras y el perfeccionamiento del gramófono, se dio mundialmente una expansión de las músicas regionales. El tango salió de conquista, lo mismo que el bolero y las rancheras. Al igual que el pájaro cucú que pone huevos en nidos ajenos, y a la vez ese crio se encarga de expulsar a sus otros compañeros de nido para quedarse con todo, estas músicas hacen una notoria sombra desdibujando el panorama musical local. Uno de los resultados de esta imposición mediática de nuevas músicas conlleva a una estandarización que reduce este rico mundo musical a unas pocas muestras y entre estas músicas que no se apoderaron de un público grande figura el vals peruano.
Para mí la más grande cultora de este género fue Chabuca Granda, una mujer que sufrió porque se dedicó a un oficio, la música, que no estaba acorde con su clase social reflejando un mundo machista típico del siglo XIX y a la vez es ese siglo XIX al que le canta. Fue ese siglo para todas las naciones latinoamericanas riquísimo, porque significó un despertar nacional después de la Independencia. La literatura se encargó de asumir lo típico; la escasa pintura igualmente se puso en la tarea de sondear el alma del pueblo; inclusive en lo político había una inquietud enorme que tomaba forma en la gran cantidad de experimentos que concluían con una constitución nueva y una guerra civil para imponerla.
En 1973 lanzó esta cantante, y sobre todo poeta, un long play acompañada por el guitarrista Óscar Avilés titulado Dialogando. En este trabajo hay una magnífica simbiosis entre los versos de las canciones, la voz suave de ella y la magia de un vivas guitarrista. Cada elemento se refuerza con la articulación cuidadosa con el otro. Chabuca puede cuidar las letras mejor sabiendo que Avilés ágilmente pone los acentos para darle un significado más preciso a las palabras que brotan de un corazón inmerso en un mundo mestizo saturado de orgullo.
Chabuca le canta a un mundo que se debatía entre lo rural y lo urbano. Ciudades como Lima tenían un mundo específico fácil de captar porque no se había convertido en la gran y absorbente urbe donde lo individual se va borrando con excesiva fuerza. El paisaje y la naturaleza son vistas como el entorno “natural” creando nostalgia en el escucha, porque percibe que se trata de un mundo que ha perdido dejando solo rastros en bellas tonadas. Recrea Chabuca un mundo donde la presencia de lo español, de aquella cultura y actitud, que está muy viva por no decir pura convirtiéndose esta parte en un común denominador comprensible para todo latinoamericano porque 300 años de presencia e historia española no la podemos, a pesar de mucho esfuerzo, reprochar. Redondea esta artista su lenguaje con elementos indígenas presentando un mundo que luchó y finamente ajustó entre muy diversas culturas las cargas del mestizaje creando un nuevo tipo de cultura.
Son imponentes los volcanes que ella canta adquiriendo estas protuberancias geológicas perfiles desconocidos y emocionantes debido a que Chabuca crea metáforas y personificaciones basadas en los nombres precolombinos de esas montañas. Encripta ella en la poesía un territorio que su cultura domina. Es un goce oír ese canto que más es una declamación que es sustanciada por solo una guitarra. La cadencia de los versos de Chabuca, su rima, Avilés los engasta en mil recursos que le saca a su instrumento creando una obra memorable y única sin salirse de los cánones de un género tan tradicional como lo es el vals peruano. Atento juega y adorna con notas las descripciones liricas de Chabuca.
La actitud e intención noble de estos dos grandes se refleja en solo dos instrumentos: la voz y la guitarra, plasmando sin mayor esfuerzo un alma, un alma peruana que en mucho pose la fisonomía del alma agobiada nuestra.
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