Nacho no era un hombre de sorpresas. Metódico y constante, así lo recuerdo. Y todo esto lo relativizó el viernes con su demasiado temprana partida.
Su hipérbole vital, para aquellos que lo observábamos con atención y gusto, quedó trunca porque estaba en su mejor momento, listo y maduro para competir de nuevo en unas elecciones.
Si bien en su hoja de vida rezaba como profesión la de odontólogo, él se veía como político, como hombre al servicio de la comunidad en su más amplio sentido. En este campo sabía él que tenía un terreno amplio e importante para ayudar a los demás ciudadanos. Intuía Ignacio Alberto, que, a pesar de tanta legislación incluyente, hacía falta ese acompañamiento, esa orientación.
Era Ignacio Alberto un demócrata silencioso, ajeno a estridencias y demostraciones ostentosas que harían pensar en el proverbio que señala que precisamente de lo que se ufana, es de lo que se carece. Era Ignacio Alberto un convencido de la bondad del credo del Partido Conservador, así como se postuló en la Convención de 1928 donde el partido miraba con atención al campesino porque representaba el trabajo esforzado y el alimento de una nación. Fiel a la ley sin ser esclavo ciego de ella, este hombre defendía causas que creía importantes para la gente.
Me acuerdo que lo busqué en septiembre del año 2016 en su oficina de presidente de la Asamblea departamental para preguntarle qué preparativos había hecho el Departamento para honrar el bicentenario del Sabio Caldas, aquel prócer que nos dio gentilicio. Constatamos que no se había hecho nada y de inmediato nos pusimos a diseñar algo para el 28 de octubre fecha en la cual se cumplían 200 años de la muerte del mártir de la patria de ese extraordinario hombre. Fuimos hasta el Parque Caldas para observar el estado de ese parque y lo sucia que estaba la estatua a la cual los caldenses no volvieron a rendir tributo desde que el gobernador Emilio Robledo, la inaugurara en el año 1916. Me acuerdo que llamamos a un jerarca de la Academia Caldense de Historia para corroborar qué estaba haciendo esa egregia institución por el caldense más importante a pesar de no haber conocido el departamento y me respondió que le habían avisado apenas dos días antes a lo que le respondí que sí, fue el propio Sabio que lo llamó, porque era de lógica que esa Academia debería ser la más celosa guardiana del nombre y la memoria de este científico y fundador de la república. La cara de asombro de Ignacio Alberto fue mayor, pero con más ganas cogió su teléfono y gestionó los dineros y la convocatoria para rendir homenaje a Francisco José de Caldas en esa fecha. A Ignacio Alberto Gómez el Sabio Caldas le debe el homenaje que se le hizo en su bicentenario en su parque en la capital caldense. Y a Ignacio Alberto Gómez le debemos los caldenses que esa fecha no pasara sin su merecida celebración. Con esta anécdota quiero resaltar la disposición que tenía Nacho de apoyar causas buenas.
Me asombra su partida, veo cómo la muerte actúa más rápido que la vida. Me consuela y estoy convencido que a Nacho también, que hay un Dios, el cual es justo y bueno.
A sus parientes, veo a la madre atribulada sentada en primera fila buscando fuerzas para entender la paradoja de la muerte de su hijo y oigo a su primogénito pronunciando unas bellas y sentidas palabras al cerrar las honras fúnebres en la Catedral el domingo, quiero expresarles, también en nombre de mi esposa Clara Inés García, nuestra sentida condolencia, y en especial a su primo Carlos Alberto Salazar, que ha perdido a su mejor amigo.
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