Escribo este artículo como opinión personal, como ciudadano común y no compromete ni representa para nada a la organización para la cual trabajo.
La situación actual del país duele. El gobierno nacional, basado en la evidente necesidad de ajustar sus finanzas dado el mayor gasto y menor ingreso consecuencia de esta pandemia, lanza sin inmutarse y sin consultar con nadie, un proyecto de reforma tributaria que aspiraba a recaudar 4 veces más que la anterior reforma tributaria, en un año en donde las personas y las empresas la están pasando difícil. La motivación real de una reforma no justifica para nada, la evidente falta de tacto y estrategia. Se le olvidó al gobierno que al inicio de la pandemia, los confinamientos pusieron en pausa las constantes protestas sociales que venían realizando en este país por estudiantes, sindicatos, transportadores y docentes, entre muchos otros, sin que esta inconformidad social tuviera una solución definitiva. Simplemente estaba en pausa. Y pasó lo que inevitablemente tenía que suceder: otra vez las marchas, paros y protestas que no paran, a pesar de que el proyecto de la reforma tributaria ya fue retirado del Congreso. No me corresponde a mi juzgar que tan legítimas o ilegítimas son las peticiones de quienes protestan. Lo que sí considero es que es un deber moral de todos los protestantes velar porque sus protestas sean pacíficas, por identificar y excluir a todos los desadaptados, saqueadores, vándalos e infiltrados, que deslegitiman la protesta social. Si así lo hicieran, tendrían muchísimo más apoyo social y menos opositores.
Hay muchas contradicciones y hechos difíciles de entender en esta situación: no entiendo cómo algunos docentes, estudiantes y/o sindicatos del magisterio que rechazan el regreso a clases presenciales o alternancia, aludiendo alto riesgo para la salud, y en cambio sí se involucran en marchas multitudinarias en donde el riesgo es aún mucho mayor. Tampoco entiendo a la izquierda de este país, oponiéndose a una reforma tributaria en donde salvo algunos desaciertos como el incremento al IVA, principalmente estaba diseñada para que los estratos más altos y las empresas paguen más y así financiar las necesidades de los más necesitados. ¿Los que debieran estar molestos no son los otros? Y para finalizar, tampoco comprendo por qué se queman o destruyen buses, estaciones de Transmilenio y bienes públicos, si estos están para el servicio de todos. Su reparación o readquisición se hará con los impuestos de todos. ¿No salimos todos perjudicados?
El problema no es si estamos del lado del pueblo o del gobierno, de los protestantes o de la policía. Creo no equivocarme al decir que todos estamos del lado de la vida humana, del respeto a todos los seres humanos, del derecho a la protesta pacífica, del orden, del respeto a las normas, de la libre movilización de medicinas, oxígeno, alimentos y ambulancias y en contra de la violencia, los saqueos, la anarquía, los bloqueos, los destrozos de los bienes públicos y los excesos de la fuerza pública. Viéndolo así, todos o al menos la mayoría estamos del mismo lado, de un país con justicia social, donde quepamos todos.
No la tiene fácil el gobierno. Cualquier acercamiento va a tener de fondo un largo listado de peticiones como el acceso gratuito y universal a la universidad, acabar con UBER y todas las plataformas que se le parezcan, suspender la fumigación de cultivos ilícitos, etc. temas altamente complejos de negociar.
Invito pues a un diálogo abierto, franco, desprevenido, constructivo, con propuestas sensatas y viables, en donde prime la sensatez, la prudencia, la empatía y el sentido patriótico, para que pronto logremos un gran acuerdo nacional. No la tenemos fácil, pero no tenemos ninguna otra opción mejor.
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