Marché por primera vez a los once años, el viernes 10 de mayo del 57 cuando sacamos del poder al general Rojas. Participé en ese jolgorio libertario de pantalón cortico.
No sabíamos con qué se comía un general pero la pasamos rico porque no hubo clases. Valió la pena vivir para tumbar a un chafarote.
62 años después, el 21 de noviembre que ya pasó, volví a marchar sin moverme de la casa. La violencia en sus distintas advocaciones me devuelve hasta el primer tetero.
No me esperen en la calle. Haría la revolución pero cómodamente sentado, haciendo locha. Me sumé a la dialéctica de la cacerola porque es más efectiva que las demás formas de lucha.
La cacerola se ha convertido en convincente instrumento de agitación de masas. En dueto con la cuchara, la cacerola es la voz de los que no tienen voz.
El cacerolero es un conspirador con una cierta sonrisa. En Locombia ya no hay que temerle al ruido de sables sino al bullicio pacifista de la primera dama de la cocina.
Nadie sabe dónde va a caer este globo pero si suenan las cacerolas es porque mínimo seis personas le estamos diciendo al gobierno que por ahí no es la cosa. Esas personas son las conocidas y anónimas yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos.
Si algún reportero le pregunta por el bullicio de cacerolas de estos días, el presidente no podría revirarle: ¿De qué me hablas, viejo?
El diccionario de la Real Academia Española la define como “vasija de metal, de forma cilíndrica, de poca altura, con asas, utilizada para cocer y guisar”.
Propondré nueva acepción para la próxima edición: Cachivache de cocina que en complicidad con una cuchara puede tumbar gobiernos u obligarlos a enderezar rumbos.
Desde que el hombre de a pie decidió hacer política sin destruir los bienes públicos o privados amo más la cacerola en la que me preparo mi plato estrella: el arroz con huevo.
Quiera la Chinca de La Estrella que ahora que el gobierno está contra la pared no le dé a medio país por exigir cosas. Para dar ejemplo, no pediré que me nombren ascensorista-4 en la embajada en Washington para espiar al embajador Pachito.
El alcalde electo de Medellín Daniel Quintero debutó en sociedad proponiendo otra constituyente. Así como en los guayabos terciarios el sujeto le mete de todo a ver si se alivia, en momentos de crisis nunca falta quien proponga constituyentes. Perogrullo aconsejaría aplicar remedios caseros disponibles.
Renuevo mi apoyo al nuevo grupo de presión, su pacífica majestad la cacerola, adicionado con este llamado de Denis Cruz la hermana de Dilan, el joven estudiante que murió por culpa de un arma del Esmad:
“Lo que quieren nuestras generaciones es paz, no más ataques a nosotros mismos, no más violencia, no más crueldad, no más atropellos contra el otro”.
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