Al médico Gonzalo Mejía García, salud.
El memorioso doctor Alzheimer olvida recordarnos que el 3 de diciembre es el día dedicado a los médicos. Memo para el alemán. Con retroactividad, recibe mis estrepitosas felicitaciones.
Viéndolos trabajar a ustedes en la pesadilla del Coronavirus provoca agarrarlos a picos. A todos los integrantes del colectivo de la salud.
Por estos días, libran una desigual garrotera contra el bicho que nos tiene encaletados, genuflexos. Nada que salimos de ese extraño mundo de Subuso.
Por primera vez en la historia, los 7. 550 millones de personas (dato Naciones Unidas) que contaminamos lo que queda del medio ambiente, hacemos las veces de conejillos de indias.
La vacuna contra el Coronavirus en sus múltiples advocaciones, cojea pero no llega. Y cuando llega, una nueva cepa irrumpe en escena. La COVID-19 juega con nosotros al gato y al ratón.
Me consta que cuando dejas tu ciudad, Manizales, a distancia sigues pendiente de tu tribu de averiados. En tu tableta llevas el prontuario de tus pacientes, principalmente los que están frente al pelotón de fusilamiento de la vejez.
Si alguno te llama, de inmediato suspendes la tertulia, las canciones de Magaldi, Larroca, Gardel, Corsini, que escuchas desde tu insólita infancia en bares de Medellín donde vivió tu familia.
Cuando se trata de ejercer tu destino, te olvidas de la ironía, el madrazo, el libro, lo que tengas entre manos. Te has vuelto necesario para tus pacientes y amigos como el agua y el vino.
Decidiste compartir tus conocimientos adquiridos en la Universidad de Caldas donde has dado cátedra. No esperas reciprocidad distinta a la de servir, el verbo que amaba el emperador Adriano. Donde estés, así sea manejando moto a lo James Dean, en lo más fino de una tertulia, atiendes consultas. Recetarías bajo la ducha. La entrega a tu destino no tiene nombre, pero lleva tus apellidos Mejía García de Jericó y Abejorral, en Antioquia.
Tus cómplices solemos volver a tus correos porque son lecciones de vida sin que te propongas dar cátedra. Además, escribes que es una delicia y no lo sabes. Ni te importa.
Guaqueando en mi archivo encuentro este reconocimiento a la mujer: “Cuando nosotros vamos, ellas vienen. Son sabias, intuitivas, honestas, fieles a sus proyectos, aguantadoras. A nosotros nos mató esa herencia familiar y cultural machista”.
Te sales del cuero, levitas, cuando evocas a tus hijos Rafael, Miguel, Manuel.
De los gatos te encantan la elegancia, el silencio y la estética. “Pa fornicar siempre estás listos”, sostienes.
Practicas la religión de la amistad. Tu credo se resume en el primer aforismo de Hipócrates: Ars longa, vita brevis, o sea, el arte es largo, la vida es un suspiro, traduzco libremente en mi latín aprendido - y olvidado – en seminario La Linda, cerca de tu Manizales del alma.
Escéptico de siete suelas, tienes claro que después de la pensión sigue el hoyo frío. “Eso lo tengo claro y es lo que más me anima a vivir el día a día, consciente de la transitoriedad”.
Nada de lambonerías. Criticas sin piedad y elogias sin miseria. Hace poco le decías a uno de tus amigos: “Me caería muy bien una de esas neuronas que se te riegan”.
Evocando al médico de la novela de A. J. Cronin les agradeces a tus pacientes que te hagan el honor de confiarte su salud.
Y como para la ironía estás solo en el patio cuidas a tus pacientes hasta de los médicos que suelen ser peligrosos para la salud, según tus palabras. Como buen galeno no tienes inconveniente en acompañar a tus achacosos hasta la tumba, siguiendo un adagio español.
Felicitaciones, Bisturí Mejía. Brindo con agua aromática a tu salud y a la de tus colegas de la cuerda hipocrática.
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