Leí tardíamente el libro “No hay silencio que no termine”, de Ingrid Betancourt, la excandidata presidencial colombiana secuestrada por las Farc. Hoy se encontrará con varios de ellos:
Estos son comentarios derivados de la lectura del libro:
El libro es pura ficción-realidad, un género periodístico “nuevo”. Es decir, supera cualquier ficción. Y cualquier realidad. Es una novela de terror. Imposible sobrevivir a semejante cantidad de vejámenes.
Sin embargo, imposible vivir con tanto ardor y amor por la vida. Y por la libertad, como lo hace ella. Y todos los secuestrados.
Después de leer a Ingrid amo más la libertad. La invitaré a almorzar si me la encuentro en la calle. (A la libertad. También a Ingrid si se deja).
Aun en las peores circunstancias sacamos a relucir lo peor de nosotros. Y lo mejor. Pueblo pequeño infierno grande. Entre los mismos secuestrados se pisan las mangueras, se agravian. Como si no tuvieran suficiente con el menú que les sirven las Farc.
Ingrid, en general, respeta el anonimato de sus compañeros cuando habla pestes de ellos. Exceptúa a Clara Rojas, a quien le da hasta con el número de la cédula.
El libro es agobiante para el lector. Tuve que suspender por uno o días la lectura. Para tomar aire. Y agüita. Da pena pertenecer al “humano” género sabiendo que tenemos “colegas” como las Farc.
Gran escritora madame. Secuestrada, hizo un forzoso curso intensivo de literatura. Y se graduó con todos los honores. Su prosa, para quitarse el sombrero. Y la cabeza. Hay narradora para rato.
No me extrañará nada cuando empiecen a llover premios literarios. Dentro y fuera de Locombia.
Testimonio de resiliencia pura, la suya es una narración simple, profunda, detallada a la vez. Me “arrecordó” la novela de Rivera, La Vorágine. La de Ingrid también es otra novela-ficción autobiográfica sobre la selva.
Retrata la mezquindad y crueldad de las Farc que hace tiempos perdieron su norte, sur, oriente y occidente. Si es que alguna vez caminaron en alguna de esas vías.
El libro es útil hasta para conocer por dentro, minuciosamente, la vida de los captores, lo mismo que sus luchas por el poder.
Impacta saber que en el fondo, los cautivos, como los denomina Clara Rojas, nunca pierden la esperanza. Pobres gentes, humilladas y requeteofendidas en su “dignidad”, una voz heredada del padre de Ingrid. Por recuperar esa dignidad luchará hasta el final.
Por supuesto, no se para en pelos para retratar la guerrilla por dentro. Queda en paños menores, o sin ropa, mejor dicho. Es un testimonio de primera mano sobre estas ovejas despistadas.
El libro se lee como novela de ficción, crónica o autobiografía. Tiene increíble fin de novela rosa: el amor entre Ingrid y el gringo Marc. Con gusto haría las veces de padrino de esa boda. Bueno, me contentaría con ser el banquetero. O el que cuida los carros de los invitados.
La extensa novela-no ficción termina donde tranquilamente puede o debe empezar otro libro. De una vez, separo platica de mi pensión para comprar la continuación.
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