“Decíamos ayer” que la actriz Marlene Dietrich se jactaba de ser berlinesa “gracias a Dios”. Tenía la edad de nuestros sueños, escribió un cronista a su muerte.
La femme fatal alemana no perdía ocasión de cantarle a su ciudad como lo hizo en la película El ángel azul: “Todavía me queda una maleta en Berlín… Cuando tengo nostalgia vuelvo…”. (¡Cómo saben de cosas google y wikipedia!).
En Berlín, puede repetir lo que dijo el presidente Kennedy en junio de 1963 cuando visitó la dividida metrópoli: Ich bin ein Berliner (“Soy berlinés”).
Modestia, apártate, porque debo proclamar que fui berlinés primero que Kennedy. En mi infancia crecí en Berlín, el barrio siamés de Aranjuez.
Ahórrese visita a la embajada porque la titular, María Lorena Gutiérrez, apenas aprendió a decir “so” y “danke” (gracias) botó el puesto. No duró el año. Ahora es ministra. (Si no dimitió por alguna bravata al momento de redactar estas líneas).
En la capital alemana, el caminante tiene la sensación de vivir en muchas partes a la vez. Sales de Berlín y es como si llevaras un manicomio por dentro.
En Frankfurt, no se pierda el lesionado hombre 10 de la selección de comer carne en salsa verde, costillas de cerdo y salchichas de difícil digestión para estómagos tercermundistas. Para llenarse de ideas visite la casa donde berrió Goethe por primera vez.
Si desea invertir en frutas colombianas, conozca Bremen, plaza de mercado europea, donde alguna vez la fruta reina fue la exótica lima.
Su destino lo llevará a Colonia, una catedral con ciudad. Ojalá recite un trozo del poema que le dedicó Juan Lozano y Lozano:
“Desde el arco ojival de la portada/ hasta en la flecha que en lo azul palpita/ cada cosa en su fábrica suscita/ el ansia de emprender otra cruzada”.
Le encargo un container con agua de Colonia 4711. No es para mí, pues ese pachulí me traía mala suerte; me espantó varias frágiles novias. El perfume es para amigos setentones que levitan viendo el frasquito.
Si visita el sitio donde funcionó la DW (Voz de Alemania), pregunte por dos voces que hicieron historia: las de Hugo Muncker y Andrés Salcedo.
Permítaseme recordar que fui corresponsal de la “Doche duele”. Me alegra saber que con los descuentos que me hacían contribuí a la unidad alemana a la caída del muro.
Como está cerca de Colonia, no deje de visitar Bonn, la antigua capital cuando Berlín estaba dividida. La ciudad es un amable y cultural botezo. La salva el hecho de que en su jurisdicción nació Beethoven.
No estaría mal que se tomara una selfi en casa del compositor y se disculpara porque en Colombia utilizan su composición “Para Elisa” para vender paletas.
No más consejos. Espero haber hecho méritos suficientes para que James me invite al próximo divorcio. Auf Wiedersehen (= adiosito).
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