Muchos son duchos, unas verdaderas hachas en el arte de coleccionar autógrafos de autores vivos. Para salirme del rebaño, suelo inventarme autógrafos de fabulistas que cambiaron de barrio, como diría Rubén Blades:
De Jorge Luis Borges, “el eterno delicado”: Che, Domínguez, como cualquier garufa, vos sos un caso perdido. ¿Pero cómo negarle dedicatoria a quien me cita constantemente? Lo sustantivo de su prosa es de mi cosecha. ¡Nadie sabe para quién trabaja!
De García Márquez: Para un cachaco maluco, eterno novel, Nobel, jamás. Tardías gracias por acompañarme a recibir el premio a Estocolmo, aunque jamás como uno de mis doce mejores amigos escogidos por Anguleto (Guillermo Angulo). Eras uno más. El mundo también es de los anónimos. Y no olvides: Ser buen escritor consiste en escribir una línea y obligar al lector a leer la siguiente.
De Emilio Salgari: Como sueles pregonar a la rosa de los vientos que el mar te lo pueden dar en plata, no esperes dedicatoria. El mar es mi materia prima.
Dante Alighieri me mandó pa’l carajo: ¡Qué dedicatoria ni qué nada! Léete primero La Comedia. Ojalá en la edición de Galaxia Gutenberg, edición bilingüe en verso, traducción de Ángel Crespo que te recomendó Felipe Ossa, el librero mayor. Eres un analfabeto que escribe en el periódico. Que no se enteren los seis lectores que te quedan. No sé en qué circulo meterte.
Gay Talese, periodista norteamericano: Para el currinche de Montebello con quien tengo algo en común: De niños, teníamos sastre propio, nuestras madres. Nos separan los veintipico de libros que escribí y los millones de ejemplares vendidos.
De Paramahansa Yogananda: Supe que para parecerte a Steve Jobs, el de Apple, solías regalar la Autobiografía de un yogui. Por ese detalle supe que te gusta mi teología-ficción. Un ruidoso OM por tu salud, mientras aprendes a sentarte en la posición de la flor de loto.
De don Francisco de Quevedo y Villegas: Joder, tío, ojalá algún día seas algo más que “un hombre a una nariz pegado”. Si quieres ofender en ritmo de soneto, aprende a hacerlo leyendo mi Poesía varia, edición de James O. Crosby.
Frank McCourt me dedicó sus Cenizas de Ángela que disfruté como el malandro que tiene la casa por cárcel: Para el irlandés paisa que iba misa dominical, se confesaba, comulgaba y rompía bombillos en su infancia.
De Yasunari Kawabata: Para un enemigo personal del sushi, candidato fijo a cliente inofensivo de La casa de las bellas durmientes.
De Alejandro Dumas: Para monsieur Domínguez, el Aramís que nunca ascendió a D’Artagnan. ¡Qué mal papa se ahorró la cristiandad!
De Jesús, el Galileo: Como sabes, solo escribí en el episodio de la mujer deliciosamente adúltera. Lo que escribí allí apenas lo sabe Juan, quien me guardó la reserva. El discípulo amado me convirtió en su garganta profunda. Si no tienes hartas gargantas profundas, estás frito como periodista.
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