Las tripletas han marcado siempre en todos sus quehaceres al polémico periodista caldense William Calderón Zuluaga, quien acaba de ser condecorado con la Orden “Juan del Corral” por el Concejo de Medellín.
Tenemos pruebas por montones sobre el 3 que lo acompaña en este acabadero de ropa que llamamos vida.
Primer triángulo: nació en Neira; se puso pantalones largos en Manizales, en la política y en el periodismo, y acabó de formarse en Bogotá, la ciudad de todos.
Integró con Hernando Giraldo, el de la “Columna libre”, de “El Espectador”, y Darío Hoyos, el de “Los Gorilas” del presidente Valencia, el trío más controvertido de periodistas que parió el terruño neirano en la segunda mitad del siglo XX. Los dos primeros se le adelantaron en el viaje sin regreso a la dimensión desconocida.
Fueron tres sus mentores políticos: 1) El exparlamentario Jesús Jiménez Gómez, culpable de que el ministerio de Víctor Renán Barco solo haya durado 19 días, en el gobierno de Alfonso López Michelsen. 2) El exministro Rodrigo Marín Bernal, de quien fue su fiel y leal escudero hasta su deceso, y 3) Fernando Londoño Hoyos, a quien le hizo la segunda, en la radio, en “La hora de la verdad”, durante 18 años, primero en Súper y luego en RCN. Ya no muele más antisantismo en la Torre Sonora de Teusaquillo.
Tiene tres apodos: “El Cotudo”, que heredó en Neira de su padre, don Arturo Calderón; “El Cabezón”, por el gran tamaño de su cráneo, y “El Gordo”, porque hasta los pañuelos le quedan chicos.
En el periodismo, ha sido “El barquero”, en “El Siglo”; “El barbero”, en la televisión, y “El caricaturista del aire”, en sus inicios hertzianos. Se ha movido con propiedad en la radio, la prensa y la televisión, rayándole siempre las espuelas al expresidente Juan Manuel Santos, de quien sostiene que “no se le puede creer sino todo lo contrario de lo que dice”.
“Encartuchó” a la perfección en su garganta sonora las voces de muchos personajes de la vida nacional, entre ellos, las de los expresidentes Belisario Betancur y César Gaviria y la del exministro Renán Barco, quien siempre le pedía que lo remedara doquiera se encontraran, con y sin auditorio.
Sus padres, doña Adelita y don Arturo, le dieron tres hermanos: Irma, Wilmer y Arturo.
Encontró otra tripleta en los claustros: la Universidad de Caldas, la Universidad de Manizales y la Universidad Católica de Colombia, de Bogotá, donde finalmente se doctoró en Derecho y Ciencias Políticas.
Su profesor, Julio César Uribe Acosta, exmagistrado de las altas cortes, no logró convencerlo para que evitara trastearse del Derecho al periodismo, dada la facilidad de su verbo.
En protesta por la crisis en la que se ha sumido la justicia, Calderón prometió no estrenar jamás la tarjeta profesional de abogado y permanecer en el llamado ”cuarto poder” hasta cuando tenga el respaldo de Clarita, su amada esposa.
Se nos quedaban en el tintero los destinos que le tenían reservado para el futuro sus progenitores: mamá Adelita quería que fuese sacerdote, y papá Arturo soñaba con que fuera abogado y parlamentario. Pero “Don Bastante” (como lo apoda Óscar Domínguez, su mejor biógrafo) deseaba ser periodista, oficio al que jugaba en los recreos, en el Instituto Neira, en la secundaria.
La apostilla: Tomábamos tinto una mañana en el café “La Cigarra” (el desaparecido ‘vaticano’ de la chismografía manizaleña) el gordo Calderón y el suscrito. De pronto se quejó el de Neira: “Tengo un dolor de cabeza impresionante”. Y se nos ocurrió preguntarle al instante: “¡No jodás! ¿Te está doliendo toda”?
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