El irreverente título de este Contraplano corresponde a una novela ilustrada del escritor y pintor bogotano Gabriel Caldas, perteneciente a la serie de Ediciones UNAULA, que acaba de ser presentada en la Torre de la Memoria, de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.
La obra, que se parapeta desde la portada en uno de los principales capítulos de la Historia Sagrada, debe ser mortificante para las autoridades eclesiásticas y los fieles a la religión católica.
Esta situación se da alrededor del mito del capo del narcotráfico, 26 años después de haber sido abatido en un operativo que tuvo ribetes cinematográficos, en el entejado de la casa del barrio Los Olivos, su último escondite.
Se supone que el libro no sea del agrado del arzobispo de Medellín, monseñor Ricardo Tobón Restrepo, porque se pretende de manera sarcástica hacer un paralelo entre la vida, pasión y muerte de Jesucristo y la escandalosa carrera delictiva del temible jefe del cartel paisa de la cocaína.
Otro episodio, que se deriva de las remembranzas de la época en la que Escobar y sus escuadrones armados sembraron el terror a lo largo y ancho de la capital antioqueña y otras ciudades del país, toca de soslayo a la misma Iglesia:
Se trata del mito que se ha venido tejiendo entre algunas clases populares sobre los supuestos “milagros” que estaría haciendo don Pablo, desde su tumba, en pro de los más desvalidos, en los “Jardines Montesacro”, al sur del Valle de Aburrá.
Los crédulos avanzan de rodillas hasta la sepultura, cuidada con gran esmero: siempre tiene flores frescas. Le rezan y le hablan de sus necesidades más apremiantes. Al pie del sepulcro hay un buzón en el que los romeros dejan, si quieren, sus mensajes para el difunto.
Recordemos que por gestión directa del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, se demolió mediante implosión el edificio Mónaco, de El Poblado, donde habitó con su familia el temible “capo de capos”. En la entrada principal de la vistosa edificación nació una madrugada en Colombia la pavorosa racha de los carros-bomba, por iniciativa de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, jefes del Cartel de Cali, los más enconados rivales de Escobar, quien, prácticamente, se hizo dueño de la terrible estrategia dinamitera sobre ruedas.
El escritor Gabriel Caldas, nacido en Bogotá en 1975, consigna así, en la contratapa, el porqué de su libro: “Lo que empezó como una tesis de maestría en derechos humanos es ahora la primera novela y mejor interpretación sobre el fenómeno del narcotráfico y Pablo Escobar en Colombia, exégesis que se funda en las más profundas raíces de los antioqueños. ¿Será posible tanta confluencia de fuerzas insólitas para que se sucedan tragedias como las de Pablo? Sueño extraño, pero ocurrió”.
A renglón seguido sostiene el magíster en derechos humanos de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín: “Hipótesis arriesgada: el mal vive entronizado, solo que la sociedad sacrifica cada tanto a uno de los suyos para continuar existiendo. La autoinmolación como el sacrificio exigido para el dios… Pablo, hijo víctima de la madre Antioquia”.
La apostilla: En su última columna septembrina para El Espectador, el politólogo Hernando Gómez Buendía, director de la revista Razón Pública, se dejó venir con este párrafo de entrada: “Al Capone asesinó a mucha gente, pero lo condenaron por evasión de impuestos”.
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