Con el sabio apoyo de las ricas fuentes que nos ofrecen generosamente don Google y doña Wikipedia, jugamos a tres bandas con los apodos que se dan silvestres en las mesas de billar de todo el universo.
Las biblias coinciden en que, aunque el mote es un sobrenombre que se da a una persona por una cualidad o condición suya, el apodo nace con una intención puramente diferenciadora que se transmite durante varias generaciones, convirtiéndose en referencia de clan.
Señala el estudio que anteriormente en el mundo de los pueblos se solía apodar a los vecinos partiendo de sus defectos corporales u otras circunstancias. Los nietos y bisnietos llevaban los apodos que recibieron sus abuelos y bisabuelos muchos años atrás, aunque no tenían nada que ver con sus propios defectos corporales o de carácter.
El mote, sin embargo, nace con una finalidad peyorativa, originado por alguna condición negativa o defecto físico, y en su origen está referido a una persona en concreto. Lo que ocurre es que, con el tiempo, se puede convertir en apodo, abarcando a un linaje más o menos extenso.
El mote es tan antiguo como la historia del hombre, pues está escrita con abundancia de ellos.
Si comenzamos desde los primeros textos latinos de la antigüedad, nos encontramos con escritores como Plinio “El Viejo” para diferenciarlo de su homónimo y sobrino Plinio “El Joven”, e incluso muchos de los emperadores romanos han pasado a la historia más conocidos por su mote que por su nombre.
Procede de la cosecha de don Google: “Viene al caso mencionar a Cayo César Germánico, que quizás pocos sepan a quién nos referimos; pero si hablamos de Calígula, seguro que a todos nos suena. De hecho, su mote proviene de “caliga”, que era un calzado que usaban los soldados y que él desde pequeño calzaba. Si echamos un vistazo a las Sagradas Escrituras, comprobaremos que al mismísimo Jesucristo le llamaban el “Nazareno”.
En la actualidad, muchos artistas y deportistas de apellidos comunes o mayoritarios creen necesitar un apodo que les permita destacar y ser recordados fácilmente por el público, tal es el ejemplo de Mark Twain.
Existen apodos personales, por origen, por características físicas, comparativos, exclusivos, por sitios geográficos, idiomas, profesiones u oficios. Como ejemplos tenemos: Albañil: Paleta; Electricista: Chispa; Abogado: Picapleitos; Policía Municipal: Guindilla. Si se trata de apodos cariñosos para mujeres: Lindísima, Cosita, Cielo, Mi reina, Chiquita, y apodos para hombres: Monito, Tesoro, Chiquitín, Churro, Peluchito; apodos referentes a la personalidad: Risitas, Peleón/a, Tigre o Tigresa, Cerebrito, Fortachón, Meloso, Loquito, Mimoso, Supermán, Superhéroe, Tarzán, como los relacionados con su aspecto físico: Lindo o Linda, Hermoso o Hermosa, Bonito o Bonita, Bello o Bella, Guapo o Guapa, Adonis, Gordo o Gorda, Morenazo o Morenaza, Negrito o Negrita, Ojitos, Rulitos, Precioso o Preciosa, Ricitos, Flaquito o Flaquita.
La apostilla: Rematamos con apodos colombianos como Alma flaca, Alquitrán, Arracacha, Bigote’brocha, Botija, Buche’tula, Burro ciego, Cabeza de carro, Cabeza e’marrano, Cabeza e’motor, Care’chancleta, Care’lápida, Chuchento, Cocoliso, Cuatro ojos, El jetas, El mocho, El paisa, Flaco, Fósforo, Lengua brava, Muelas, Ñato, Ojibrotao, Pate’cumbia, Pelele, Risitas, Cegareto, Carepapa, entre otros.
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