Ese era el lema de su campaña en las sangrientas elecciones de 1990. Con su mano abierta, su actitud franca y la juventud de su rostro, disimulada por un bigote espeso, Bernardo Jaramillo Ossa posaba como el candidato de la Unión Patriótica-UP a la Presidencia de la república. Este manizaleño, firme en sus convicciones de izquierda y en sus anhelos de justicia social y democracia, era también un conciliador. Alzaba su voz para exigir una salida negociada al conflicto armado. Demandaba la búsqueda sincera de la paz y anhelaba la reconciliación entre los colombianos. De su abuelo, Gustavo Jaramillo Uribe, había aprendido a preocuparse por la desigualdad y el sufrimiento ajeno. Cursaba apenas el bachillerato cuando, con un grupo de compañeros y la ayuda de algunos comerciantes de Manizales, fundó un restaurante popular. Temprano en la década de los setenta, con su amigo Jahir Rodríguez lideró el movimiento estudiantil en el Viejo Caldas. Jahir era el responsable en Pereira mientras que, en Manizales, Bernardo presidía la Fescal (Federación de Estudiantes de Secundaria de Caldas). En Armenia, el líder era Carlos Enrique Cardona, conocido luego en las Farc como “Braulio Herrera”. Sin embargo, Jahir y Bernardo tomaron un camino diferente al de Cardona. Ellos rechazaron con vehemencia aquello de “la combinación de todas las formas de lucha”.
Al graduarse como abogado de la Universidad de Caldas, Bernardo Jaramillo hizo trabajo político vinculado al sindicalismo bananero en Urabá. Allí surgió como figura relevante de la izquierda de modo que, cuando los acuerdos entre el gobierno de Belisario Betancur y las Farc condujeron a la creación de la UP, Jaramillo llegó a la Cámara de Representantes en 1986. En ese momento era ya un líder político nacional. Asumió, tras el asesinato -en 1987- de Jaime Pardo Leal, la presidencia nacional de la UP, con lo cual, el país quedaba notificado de su valentía y compromiso. Bernardo Jaramillo, quien rechazaba la lucha armada, tuvo que hacer frente a la arremetida paramilitar que se intensificaba a medida que la UP lograba respaldos en las urnas, especialmente con la primera elección popular de alcaldes y concejales en 1988.
En uno de los peores momentos del genocidio político de la UP, Bernardo Jaramillo y Jahir, su entrañable amigo y compañero de militancia, fueron al exilio en Alemania. Allá vivieron juntos y todos los días lloraban la muerte de algún copartidario. Me contó el profesor Jahir que, en ese entonces, acompañaban cada duelo con algunas copas y tangos. Bernardo Jaramillo amaba el tango y “Volver”, de Gardel, era su favorito. Allá lejos, en Alemania, les tocó llorar la muerte de José Antequera. Para lidiar con el luto permanente y el exilio estaba, además de la música, la lectura. En ese tiempo se entregó al estudio de los Cuadernos de la Cárcel de Antonio Gramsci. También le gustaban las novelas. Por sugerencia del profesor Jahir, leyó con fruición la obra de Stefan Zweig.
Al regresar al país, el congreso de la UP lo proclamó como su candidato presidencial. Mientras el mundo salía de la Guerra Fría los colombianos nos sumergíamos en el pozo profundo de la violencia. En la mañana del 22 de marzo de 1990 fue asesinado. Las balas las disparó un adolescente dispuesto a morir. Jaramillo tenía apenas 34 años… “es un soplo la vida”. Ese crimen sigue en la impunidad. En una sola campaña presidencial mataron a tres candidatos: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. La figura histórica de Jaramillo Ossa también merece el reconocimiento no solo de la izquierda sino del país entero. Ese país al que Bernardo ofrecía su mano.
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