Cuando el escritor Fernando Vallejo recibió en 2011 el premio en lenguas romances de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara declaró: “mi patria es la lengua española”. Unos años después, el cantante Joaquín Sabina dijo exactamente lo mismo en Argentina. En el mundo, varios escritores e intelectuales se han referido en esos términos a sus propios idiomas. Aunque el idioma con el que uno se identifica no tiene que ser necesariamente el idioma que aprendió en la infancia. Las personas tienen derecho a preferir una cultura diferente a la propia y a ejercer la libertad de optar por otra lengua una vez que la han conocido, dominado y dejado seducir por ella. También es muy plausible vivir y pensar en dos o más idiomas con toda propiedad y sentirse a gusto en todos ellos. De hecho, abundan los ejemplos de escritores que han decidido, en algún momento, escribir en un idioma diferente a su lengua materna. Lo que resulta muy desagradable es el creciente abuso de anglicismos insertados inadecuada e innecesariamente en nuestro idioma.
En las ciudades de Colombia es más fácil hallar un “medical center” que un centro médico. En el bello barrio La Soledad, en Bogotá, no hay una vía o camino del parque sino un “park way”. En las transmisiones de los partidos de fútbol (una palabra muy popular adaptada del inglés “football”) hay cada vez más “coaches” que entrenadores y en las oficinas son más frecuentes las “brainstorming sessions” que las reuniones con lluvia de ideas. Funcionarios públicos, ejecutivos de compañías privadas o profesionales de organizaciones no gubernamentales ya no tienen poblaciones objetivo sino “targets”; ya algo no está de moda sino que es “trendy”; los jefes ya no demandan un mayor compromiso de los empleados sino más “engagement” y piden “briefings” en lugar de resúmenes. Hace unos años, la Real Academia Española hizo una estupenda campaña contra la “invasión del inglés”, en particular, contra el abuso en el uso de anglicismos en la publicidad. Sin embargo, es claro que esta invasión no se ha limitado a la publicidad. En los medios de comunicación, las empresas, las conversaciones cotidianas y en la academia, el uso innecesario de extranjerismos, y en especial de anglicismos, está alcanzando niveles realmente irritantes y deplorables.
Obviamente, los idiomas son dinámicos e incorporan nuevas palabras que surgen de nuevas realidades culturales y toman prestadas palabras de otros idiomas, adaptándolas y haciéndolas propias. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la palabra esnob que proviene del inglés “snob” pero que ya forma parte de la lengua española. Una cosa es el intercambio de palabras entre idiomas y otra, muy diferente, usar al hablar nuestro idioma palabras de otro a las que no es necesario acudir para hacerse entender. Por supuesto, es absolutamente comprensible que una persona que ha vivido muchos años en un país en el que un idioma distinto a su lengua materna es hablado allí, olvide algunas palabras y las sustituya por extranjerismos. Lo que es muy desagradable y preocupante es el uso de palabras de otros idiomas, generalmente del inglés, que tienen una clarísima traducción al español y que se usan no por olvido sino por arribismo y esnobismo.
Ciertamente, hay extranjerismos necesarios. Por ejemplo, no tenemos una palabra para software. En cambio, sí podemos pedirle a alguien que haga alguna cosa lo más pronto posible en lugar de decirle que debe hacerlo “ASAP” o “as soon as posible”. Lo que más molesta es la subordinación al inglés que deriva de cierto complejo de inferioridad frente a lo anglosajón ¿Por qué hablarle en inglés en Colombia a un gringo que habla español? No quiero decir que aprender inglés o cualquier otro idioma no sea necesario. Además de ser necesario, hablar otro idioma amplía horizontes y enriquece la vida de las personas. Por supuesto, el inglés se convirtió desde hace mucho tiempo en una suerte de lengua franca o lengua internacional. Lo que resulta preocupante es el complejo de inferioridad que nos lleva a menospreciar nuestro idioma insertando anglicismos para parecernos menos a nosotros mismos. Más de 500 millones de personas en el mundo hablan español: es una patria grande.
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