El frenesí noticioso de todos los días en Colombia nos mantiene más o menos aturdidos. Esa espuma de la cotidianidad nos impide ver los problemas reales y actuar colectivamente frente a ellos: las desigualdades, la pobreza, las fallas estructurales de nuestro sistema político, las violencias, la endeblez de nuestro estado, la destrucción sistemática del medio ambiente y con este, de nuestros medios de vida y de nosotros mismos. Hay, además, algunas noticias que resultan muy elocuentes al revelar o confirmar el talante y la orientación del gobierno y que nos remiten, a la larga, a problemas muy graves que tienden también a pasar desapercibidos.
Así las cosas, la novela de Santrich, las extemporáneas y mal justificadas objeciones a la Jurisdicción Especial para la Paz, la tramposa “aritmética” del presidente del Congreso, la indignante presión estadounidense sobre los magistrados de las altas cortes, el descarado oportunismo de Néstor Humberto Martínez, el horror moral de los falsos positivos y el informe que sobre éstos nunca publicó la Revista Semana y que apareció en las páginas del New York Times, han opacado un hecho vergonzoso: la hostilidad con la que fueron recibidos por el gobierno, los altos representantes de varias agencias de Naciones Unidas que visitaron al país entre el 11 y el 17 de mayo pasados. No fue simplemente falta de cortesía.
La delegación incluía a embajadores y funcionarios del más alto nivel de agencias como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y ONU Mujer. Su propósito era evaluar el aporte conjunto de las agencias en tres áreas: la implementación del Acuerdo de Paz, la sincronía entre el plan de desarrollo y los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la atención a los migrantes venezolanos. La delegación no fue recibida por el canciller. En cambio, fue atendida por una funcionaria que manifestó que es deseo del gobierno reducir la presencia de Naciones Unidas y retirar del país a ONU Mujeres y al Fondo de Población.
El apoyo de Naciones Unidas resultó crucial para la dejación de armas por parte de las Farc y la Misión de Verificación aprobada por el Consejo de Seguridad ha apoyado el proceso de implementación del acuerdo. Ha sido el Estado colombiano el que ha solicitado la presencia de esa misión y la prolongación de su mandato. Sin embargo, el gobierno del presidente Duque parece interesado en deshacerse de los compromisos adquiridos por el Estado. Y no solo en lo que a la implementación del acuerdo se refiere. ¿Por qué quiere el gobierno de Duque sacar del país a ONU Mujeres y al Fondo de Población? Esperemos que esto no exprese el deseo de aumentar la intervención del Estado sobre las decisiones morales de las personas y de convertir doctrinas religiosas particulares en guías de política pública.
Los destemplados y xenófobos discursos de Alejandro Ordoñez en la OEA, la zozobra con la que tuvo que salir del país el periodista del New York Times que publicó la información que la Revista Semana engavetó, la tosquedad y torpeza con la que el gobierno recibió la delegación de Naciones Unidas, el desdén del gobierno hacia los compromisos del Estado colombiano, el lenguaje hirsuto con el que el ministro de Defensa, Guillermo Botero, descalifica a los líderes sociales y a los periodistas extranjeros, hacen que Colombia, lejos de ser vista internacionalmente como un país capaz de resolver institucional y democráticamente sus propios problemas, sea percibida como una destartalada república en manos de un gobierno que desdeña sus compromisos y resulta hostil no sólo para las agencias de Naciones Unidas sino también para quienes promueven los derechos humanos y las libertades políticas.
Alfonso López Michelsen se refirió una vez a Colombia como el “Tíbet suramericano”. Por supuesto, el parámetro de comparación del presidente López no era la elevada espiritualidad de los pueblos que habitan la también elevada meseta tibetana sino, el aislamiento económico. Hoy nuestro aislamiento es el de un país empeñado en desperdiciar la oportunidad de la paz ante la mirada incrédula y desconcertada del mundo.
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