Los oradores del 7 de agosto de 2018 se dividieron el trabajo. Mientras el presidente del Congreso trató de demostrar que se había graduado del bachillerato leyendo un balance tan sombrío y rabioso de la situación del país que casi espanta a los invitados internacionales, el presidente Duque procuró presentarse como un hombre moderado y conciliador. Seis meses en el cargo y ya está claro que debajo de la mata florida estaba la culebra escondida.
El presidente está comprometido con la agenda de su partido en lo que tiene que ver con la implementación del acuerdo de paz. La instrucción fue clara: hacer trizas lo acordado. Nadie puede acusar a Iván Duque de incumplir el mandato que recibió de los electores de su mentor. En el plan de desarrollo no está la plata que se requiere para implementar los acuerdos. En la Agencia de Renovación del Territorio, entidad clave para la puesta en marcha de la Reforma Rural Integral, hay un director encargado. Además, la falta de formación especializada y los agresivos tuits de Claudia Sofía Ortiz -que frustraron su nombramiento en la Unidad Nacional de Protección- no impidieron que ahora presida la Agencia de Desarrollo Rural. En la dirección del Centro de Memoria Histórica fue nombrado un profesor que niega la existencia del conflicto armado. Una persona tiene todo el derecho a pensar y a predicar, por ejemplo, que la tierra es plana. Sin embargo, sostener esa absurda opinión lo inhabilitaría para dirigir un observatorio astronómico. Adicionalmente, la Jurisdicción Especial para la Paz está en vilo y ya empezaron a demorar los pagos a los desmovilizados de la guerrilla.
Las alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo sobre líderes sociales en riesgo no son atendidas por el Ministerio del Interior. Los asesinatos continúan y aquellos que se oponen a la restitución de tierras o buscan acallar a quienes defienden el “bioespacio” de las comunidades (uso aquí el concepto de Orlando Fals Borda), tienen el camino cada vez más despejado para continuar con sus negocios ilegales o sus proyectos extractivos.
En lugar de promover una salida política negociada a la crisis en Venezuela y proponer una agenda de transición hacia la democracia, el presidente reforzó nuestro tradicional servilismo frente a los Estados Unidos, precisamente cuando la Casa Blanca está habitada por un xenófobo reaccionario obsesionado con levantar un muro entre su país y América Latina. Esa torpe y sumisa alianza no solo le sirve de excusa al déspota Maduro para nutrir su frenética y delirante retórica, sino que pone a Colombia en un escenario geopolítico de alto riesgo. Como bien dice el refrán: buena es la guerra para el que no va a ella.
El plan de desarrollo tiene un nombre curioso: “pacto por la equidad”. Es curioso porque no incluye estrategias orientadas a la reducción de la concentración de la riqueza y del ingreso. No se atienden viejas recomendaciones en el sentido de gravar progresivamente los dividendos personales, eliminar las exenciones o reformar el predial rural. También es curioso porque se propone reducir los subsidios de energía que reciben los estratos 1 y 2. Que el plan de desarrollo de uno de los países más desiguales de América Latina haya sido bautizado con el concepto de equidad y que no incluya una agenda redistributiva no es solamente curioso. Es un mal chiste.
Hay dudas -que deben ser despejadas- acerca de la independencia frente a los intereses de la industria petrolera, de la comisión de expertos cuyo informe avala el inicio de exploraciones para la eventual explotación de petróleo mediante la técnica de fracturación hidráulica de las rocas. La deliberación pública sobre el tema no debe ser clausurada por el informe de unos expertos, aún si estos son independientes. Por otro lado, la democracia local parece haber sucumbido ante el autoritarismo minero. Si al presidente le preocupa la democracia venezolana, también debería preocuparle la de los municipios colombianos.
Los electores del mentor del presidente pueden estar tranquilos. La división del trabajo en los discursos del 7 agosto pasado no se expresa en una brecha al interior del Centro Democrático. No es cierto que una cosa sea ese partido y otra el gobierno.
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