El pacto que el Fausto de Goethe hace con Mefistófeles ha inspirado un sinnúmero de reflexiones académicas acerca de las consecuencias no intencionadas de la acción humana y de las trampas y paradojas de la modernidad y del progreso. Una de esas reflexiones es la del filósofo Marshall Berman quien se apoya en la tragedia fáustica para afirmar que el desarrollo económico puede desatar “oscuras y pavorosas energías”, más allá de cualquier posibilidad de control humano. En la interpretación de Berman, el personaje del drama romántico de Goethe pasa por varias metamorfosis: Fausto el soñador, el amante y el desarrollista. En su fase desarrollista, Fausto se obsesiona con la ejecución de grandes proyectos para transformar radicalmente su entorno y el paisaje. Quiere poner el mar a su servicio construyendo puertos y canales artificiales para la circulación de personas y mercancías a gran escala. También quiere poner en marcha iniciativas de agricultura intensiva, aprovechamiento de las fuerzas hidráulicas y nuevas industrias con un impulso irrefrenable: “¡Y es posible!... en mi mente se desarrolla un plan tras otro”. En su frenesí, Fausto exhorta -nos recuerda Berman- a todos sus capataces dirigidos por Mefisto para que vayan a espolear con alegría a los trabajadores, a seducirlos y reprimirlos. Les exige traspasar todas las fronteras, naturales y morales.
Ese espíritu fáustico ha animado, desde la Revolución Industrial, la fe en el progreso y el desarrollo económico. La historia ha sido vista como una evolución hacia estadios cada vez superiores. De hecho, un historiador económico estadounidense, W.W. Rostow, quien se desempeñó como asesor de los gobiernos de Eisenhower, Kennedy y Johnson, publicó en la década de los sesenta -en plena Guerra Fría- un libro muy conocido y debatido por quienes se dedican al estudio del desarrollo y la modernización: “Las etapas de crecimiento económico: un manifiesto no comunista”. Rostow presentó allí una “generalización de la marcha de la historia moderna”, esquematizándola en cinco etapas que van desde la sociedad tradicional hasta la era del “alto consumo masivo”. En ese ascenso por la escalera del progreso, los límites naturales y culturales se irían derrumbando hasta llegar a la fase más “elevada” del ser humano: el “homo consumericus” (el hombre consumista).
Para Rostow, la primera sociedad en alcanzar la quinta etapa, la del consumo masivo, fue la sociedad estadounidense. Homero Simpson representaría entonces la culminación de la evolución humana. Sin embargo, contemporáneos de Rostow vieron con claridad que un mundo lleno de Homeros Simpson no era viable y que el afán de Fausto por traspasar todos los límites es un empeño suicida. En 1967, el profesor Ezra Mishan publicó “los costos del desarrollo económico”, una obra en la que usa el concepto de externalidades negativas (para los economistas hay externalidades cuando existen agentes que no participan en el intercambio, la producción o el consumo de ciertos bienes y sin embargo asumen parte de los costos -externalidades negativas- o disfrutan parte de los beneficios -externalidades positivas- de esas actividades) para concluir que estas contrarrestan las ventajas del crecimiento económico. El producto interno bruto no es solo la suma de bienes y servicios sino también la suma de males y basura. En 1972 el Club de Roma publicó un informe liderado por Donella y Dennis Meadows, científicos y ecologistas del MIT. El título del informe es bastante elocuente: “Los límites del crecimiento”. Este informe advirtió que la tendencia en el uso de recursos para el crecimiento económico y poblacional deseados causaría un agotamiento de recursos y un colapso económico. Hoy lo confirma el Centro de Resiliencia de Estocolmo que concluye que hemos superado tres de los nueve límites planetarios necesarios para la continuidad de la vida en la tierra como la conocemos. Uno de estos límites es la biodiversidad.
El proyecto de hacer un puerto en Nuquí (Chocó) es una idea fáustica, y como en la historia, a los locales les prometerán parte del tesoro solo para seducirlos y dejarlos sin eso que sí tenían: un territorio hermoso rico en culturas, alimentos, recursos y paisajes. Los problemas de Nuquí y del Golfo de Tribugá no se resuelven con un puerto y la prueba de esto es Buenaventura.
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