Pensar es fundamental en política. Para Hannah Arendt la política es una actividad esencialmente pública que consiste en estar y actuar juntos desde la diversidad. El escenario de la acción es el ágora, es decir, el diálogo público entre ciudadanos que piensan y hablan. Arendt considera la política como acción concertada entre personas diversas orientada a fines (bien común) que trascienden a cada uno. Comparto esa imagen positiva que tiene Arendt de la política y creo que actuar juntos desde la diversidad es el mayor reto que tenemos ahora en Colombia. Es entendible que una gran parte de la ciudadanía no crea ni en la política ni en las instituciones. Sin embargo, si nos refugiamos en nuestro ámbito privado y nos desentendemos de la política, la rapiña continuará suplantando a la política y lo poco que de esta quede, simplemente desaparecerá.
El desarrollo de la campaña electoral en medio de la violencia es otra muestra más de la necesidad que tenemos de volver los ojos a la política. Arendt considera que el poder y la violencia son opuestos. Según ella, el poder es la capacidad humana para actuar concertadamente y, por tanto, el poder, no es atributo de un individuo. El poder es colectivo. Cuando hay pérdida de poder, es decir, cuando se pierde esa capacidad para la acción concertada, aparece la tentación de sustituir el poder por la violencia. No hay victoria en la violencia. Toda violencia es una auto-derrota.
¿Por qué estoy apelando tanto a Arendt aquí? Por dos razones. En primer lugar, porque necesitamos esa imagen positiva de la política. Necesitamos actuar y construir acuerdos para transformar nuestra sociedad. Es claro que esa tarea va más allá de las elecciones, pero no podemos permitir que las heridas y los agravios de las elecciones se conviertan en obstáculos insalvables para construir los acuerdos o para garantizar, al menos, la convivencia en medio de los desacuerdos. Como dice Michelangelo Bovero, la democracia como un sistema en el que buscamos tomar decisiones colectivas con el máximo de consenso y el mínimo de imposición, tiene varios verbos clave: elegir, representar, deliberar y decidir. Elegir es apenas una parte del proceso político en una democracia. La política no acaba en las elecciones. Sin embargo, no podemos correr el riesgo de que las elecciones acaben con la política.
En segundo lugar, reitero: pensar es fundamental en política. Por eso, la experiencia histórica de los regímenes totalitarios nos muestra que estos expulsaron a la política sustituyéndola por ideologías inapelables mediante el ejercicio del terror. Con este no sólo destruyeron las relaciones entre las personas (fundamentales para la política) sino que también paralizaron y anularon el pensamiento. Sin embargo, expulsar o al menos, arrinconar la política anulando el ejercicio del pensar, no es patrimonio exclusivo de los regímenes totalitarios. La lucha por la supervivencia en contextos de privaciones severas y enormes desigualdades como el nuestro, dificulta el acceso de la gente al ágora, al ámbito de lo público. El hambre y la angustia por la supervivencia son obstáculos para un activo ejercicio de la ciudadanía. Además, muchos no enfrentan esos problemas y, sin embargo, deciden refugiarse o en la apatía o en una identificación electoral no mediada por la reflexión y el escrutinio crítico de las opciones, con una perspectiva de bien común. Muchos se dejan guiar solo por el cómodo prejuicio, el odio, el miedo o algún particular interés. Otros simplemente dejan que las encuestas decidan su voto.
Los colombianos merecemos una política como la que plantea Hannah Arendt: pensar, dialogar y actuar para el bien común. Estas elecciones presidenciales son una oportunidad para seguir ese camino de civilidad.
Nota: Este domingo votaré por Sergio Fajardo quien, a mi juicio, interpreta muy bien ese anhelo de civilidad y bien común.
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