¿Qué pasa por la mente de una persona que al conducir un carro o un camión decide usarlo para asesinar a un ciclista? Al momento de escribir esta columna el asesino de José Antonio Duarte, el ciclista embestido por un camión en el puente de La Caro en Chía, Cundinamarca, aún goza de libertad. Todas las semanas en las ciudades y carreteras de Colombia, decenas de ciclistas son embestidos y muchas veces, asesinados. Como lo muestra el doloroso video en el caso de José Antonio Duarte, muchas de estas muertes no son accidentes, fruto de la negligencia o el descuido. Son resultado de la decisión consciente de causar daño, de matar. Nos quejamos de las bandas criminales, los guerrilleros y los paramilitares. La verdad es que la violencia en Colombia tiene mucho de cotidiano y absurdo. Algo muy enfermo hay en una sociedad en la que montar en bicicleta es una actividad en la que se corre un alto riesgo de morir asesinado.
Las personas que se transportan en bicicleta llevan por carreteras, avenidas, calles y caminos un mensaje de sencillez, salud y sostenibilidad. La bicicleta es un símbolo de libertad, movilidad, igualdad social, respeto al medio ambiente y en los espacios urbanos, un modo de vivir la ciudad. Colombia es un país con una fuerte tradición ciclística. Los fines de semana y aún entre semana no es difícil encontrar caravanas de ciclistas en las carreteras colombianas. Desafortunadamente, la infraestructura de nuestras ciudades no refleja nuestra tradición ciclística.
El ciclismo es quizá el deporte que más satisfacciones nos ha dado a lo largo de la historia. A diferencia del fútbol, en ciclismo hemos sido, sin discusión, una potencia mundial. Efraín el Zipa Forero, Ramón Hoyos, Alfonso Flórez, Patrocinio Jiménez, Martín Ramírez, Martín Emilio Cochise Rodríguez, el gran Lucho Herrera que nos hizo vibrar en 1987 cuando se coronó campeón de la Vuelta a España, Fabio Parra, Santiago Botero, campeón mundial de la contrarreloj en 2002. En la actualidad: Nairo Quintana (flamante campeón del Giro de Italia en 2014), Fernando Gaviria, Sergio Henao, Esteban Chávez, Miguel Ángel Superman López quien sobrevivió a un atraco cuando pretendieron robarle su bicicleta, el simpático y combativo Rigoberto Urán, el genial Egan Bernal quien izó la bandera de Colombia en los Campos Elíseos y muchos otros que han ganado etapas y carreras en todo el mundo. Más allá de esos poderosos escarabajos, lo cierto es que la cicla es parte del ser colombiano. El espíritu festivo de las ciclovías es alimentado cada ocho días por toda clase de ciclistas entusiastas. Aprender a montar en bicicleta es, para muchos, uno los mayores logros de la infancia. Quitarle las rueditas auxiliares a la bicicleta es una especie de graduación.
Toda vida es sagrada. Quienes montamos en bicicleta nos hemos visto más de una vez a punto de un accidente fatal por el descuido o la imprudencia de algún conductor de un carro, un bus o un camión. También, no pocas veces, los ciclistas somos imprudentes. En las calles y en las carreteras todos, peatones, ciclistas y conductores debemos poner en práctica una ética del autocuidado y del respeto. Sin embargo, hay un problema que va más allá de la mera negligencia y es el instinto asesino de individuos como el que decidió espontánea y deliberadamente acabar con la vida de Juan Antonio Duarte. Los asesinos de ciclistas no deben quedar impunes. Es necesario evitar que el arrollamiento intencional de ciclistas se sume al amplio listado de violencias cotidianas frente a las cuales somos indiferentes y no exigimos justicia.
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