El 23 de junio de 2021 es una fecha que no podemos olvidar. Aunque con el deber de la memoria existe también el derecho al olvido, las verdades de las víctimas del crimen horrendo del secuestro y las de quienes no tuvieron reparo en encadenar y amarrar a seres humanos, deben ser recordadas y reconocidas porque, como dijo Íngrid Betancourt, “no es sobre un terreno virgen que construimos una nueva Colombia”. Al contrario, recalcó ella: “es a partir de estos recuerdos, de estas vivencias y de estos testimonios que podemos entender lo que nos pasó para evitar que se repita”. No podemos olvidar lo que pasó y se dijo en ese encuentro por la verdad dedicado al reconocimiento del secuestro por parte de Farc. Tampoco lo que no pasó y no se dijo. Tiene razón Íngrid Betancourt en sus reproches a los excomandantes guerrilleros: “sus ojos no están aguados” y no dijeron todo lo que las víctimas y el país necesitan saber. Al excomandante Abelardo Caicedo, por ejemplo, le dijo que hubiera querido escucharlo decir si en algún momento secuestró a alguien o si en algún momento dio la orden de amarrar a alguien. Ciertamente, más allá de declaraciones generales y discursos políticos, las víctimas reclaman de sus victimarios más verdad que retórica, más humanidad y menos frialdad.
Es cierto que los comandantes y militantes de las Farc no han sido los únicos verdugos. Sin embargo, este encuentro organizado por la Comisión de la Verdad era sobre el secuestro y está claro que, a las Farc, pertenecían muchos de los “hombres y mujeres que dirigieron en la guerra, la terrible operación del secuestro”, como la calificó el presidente de la comisión, Francisco de Roux. Todos los testimonios de las víctimas fueron muy conmovedores, llenos de dolor, pero también de esperanza. Por ejemplo, Carlos Cortés, hijo de Guillermo “La Chiva” Cortés, secuestrado por las Farc a la edad de 74 años, luego de recalcar -con voz entrecortada- su disposición personal al perdón pero no al olvido, declaró que no podemos olvidar que la degradación de la guerra vino de la mano del secuestro. Tampoco que la responsabilidad en esa degradación es compartida: “¿Qué hicimos para evitar la masacre y desaparición de un partido político entero como la Unión Patriótica? ¿Qué hicimos cuando tuvimos conocimiento de los falsos positivos? ¿Qué hicimos cuando los paramilitares cometían toda clase de atrocidades en nombre de la protección de los ciudadanos? ¿Qué hicimos cuando las Farc arreciaban el secuestro y los ataques a cientos de pueblos indefensos?”. No obstante, Cortés concluyó que no todo está perdido para Colombia: “demostramos que con el diálogo podemos llegar a acuerdos”.
Los testimonios de Roberto Lacouture y de su esposa, Diana Daza también fueron impactantes. En la familia de Lacouture hubo quince secuestros. Un tío suyo fue asesinado por las Farc. Ganadero y agricultor del Cesar, nunca estuvo de acuerdo con el proceso de paz. Sin embargo, el excomandante Abelardo Caicedo reconoce que Lacouture ha apoyado su reintegración. De su bolsillo ha pagado algunos agrónomos para capacitar a los excombatientes. El mismo Lacouture, a pesar de no estar de acuerdo con el acuerdo de paz ni con la presencia de los excomandantes en el Congreso de la República, les dijo: “ustedes no pueden volver a las armas”. Y agregó: “Es necesario seguir adelante. Es necesario que todos los colombianos nos llenemos de amor.” Este encuentro del 23 de junio deja claro que las víctimas tienen una firme voluntad de reconciliación y exigen un mayor compromiso humano y vital de los exguerrilleros con la verdad.
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