Las poblaciones rurales del país, aquellas comunidades mestizas, indígenas y afrocolombianas para quienes la palabra Estado evoca amenaza más que protección, promesas rotas más que cumplimiento, indiferencia más que atención y humillación más que respeto, saben muy bien en qué consiste aquello de que en Colombia el territorio es más grande que el Estado. Tenemos un Estado enclenque con una columna vertebral endeble y regresiva: la tributación. La administración Duque, con torpeza, parece renunciar al objetivo de construir Estado, un propósito que en un país como el nuestro constituye la primera obligación de los gobiernos. Ni siquiera la pandemia ha sacudido los obsoletos prejuicios tecnocráticos y conformistas que guían la política económica gubernamental.
El gobierno presentó hace unas semanas el Marco Fiscal de Mediano Plazo 2020. De acuerdo con el análisis del profesor Jorge Iván González, las proyecciones del Ministerio de Hacienda hacen caso omiso de los avances metodológicos de la ciencia económica en el tratamiento de la incertidumbre. Carrasquilla y su equipo trabajan con supuestos de hace setenta años con base en los cuales, realizan proyecciones de las variables macroeconómicas que riñen con el sentido común. Para ellos, la pandemia no sería más que un “parpadeo transitorio” en la senda del crecimiento económico del país. En sus proyecciones, la economía colombiana se contraería solo 5,5% (subestimación evidente) en 2020 y en 2021, como por arte de magia, crecería 6,6%. Ciertamente, una recuperación inverosímil que no concuerda con una inversión pública de apenas 1,7% del PIB y que luego se estabilizaría, automáticamente, en una senda de crecimiento alrededor del 3,5%. Las proyecciones lineales del gobierno hacen caso omiso de una palabra que el Marco Fiscal repite, pero no toma en serio: incertidumbre. 
El Ministerio de Hacienda asume, erróneamente, la incertidumbre como riesgo. En palabras de González: “de manera confusa, en el Marco Fiscal de Mediano Plazo la incertidumbre se relaciona con alguna noción de probabilidad”. Mientras la probabilidad se basa en las estadísticas de eventos anteriores y nos remite a valores esperados, la incertidumbre nos plantea lo inesperado. El gobierno pretende, con proyecciones lineales y unicausales que ignoran las causalidades recíprocas y múltiples, pronosticar con detalle los valores futuros de las variables macroeconómicas. Lo grave es que amarra las políticas públicas a reglas fiscales basadas en proyecciones ficticias de un mundo estable solo en la imaginación. Un gobierno que hace caso omiso de la incertidumbre renuncia a los instrumentos necesarios para afrontar las contingencias. Su arrogancia resulta, en efecto, fatal.
Asume el gobierno que la pandemia es una distorsión temporal y no un cambio estructural de los patrones de producción, distribución y consumo. Alberto Carrasquilla le apuesta a que una vez pase la pandemia, el nivel de gasto público volverá al 18% del PIB y la tributación al 14%. Es decir, a los niveles de un Estado incapaz de resolver los conflictos, asegurar la provisión universal de los bienes públicos, superar la pobreza y reducir la desigualdad. Ni Duque ni Carrasquilla consideran -concluye González- que la pandemia ponga en tela de juicio el tipo de sociedad que tenemos.
El Marco Fiscal de Mediano Plazo es una declaración política escrita con el ropaje de una supuesta neutralidad valorativa. En esa declaración, el gobierno renuncia explícitamente a construir el Estado que las poblaciones rurales y marginadas requieren para ejercer sus derechos de ciudadanía. En Colombia, la construcción de paz requiere de la construcción de Estado. Sin embargo, un Estado débil es mejor para los beneficiarios del statu quo. Por eso les preocupa más la inviolabilidad de la regla fiscal que el cumplimiento de la Constitución.