Estudiaba en la Universidad Nacional cuando Salomón Kalmanovitz asumió la decanatura de la Facultad de Ciencias Económicas. Su presencia imponente me resultaba también intimidante. Como alumno de primer semestre en 1990 leí con fruición “Economía y nación: Una breve historia de Colombia” publicada cinco años antes. A Salomón siempre me ha gustado más leerlo que escucharlo. Hace unos días terminé de leer sus “Ejercicios de Memoria”, un libro delicioso que recorre junto con la vida de su autor, varios capítulos de la historia política y económica de Colombia. También incluye algunos episodios destacados de la historia de los judíos en el país, desde el arribo de muchos de ellos al muelle de Puerto Colombia en la década de 1930, hasta el auge de los secuestros y la inseguridad que condujo a un gran éxodo. Solo entre 1999 y 2002 emigró el 30% de la comunidad judía del país. Una comunidad que tuvo que lidiar con la xenofobia y el antisemitismo que azuzaban desde el poder personajes como Laureano Gómez y Luis López de Mesa, una suerte de liberal reaccionario, aunque eso parezca una contradicción en los términos. Cuenta Salomón que en un vuelo nacional -siendo codirector del Banco de la República- estaba sentado al lado de Enrique Gómez Hurtado. Una vez el vuelo alcanzó altitud de crucero, el senador Gómez cambió de lugar en forma apresurada… “no supe interpretar si era por razones ideológicas, étnicas o ambas” – confiesa.
Los relatos de Salomón acerca de su adolescencia y la relación con sus padres y hermanas en su natal Barranquilla, a pesar de su fría prosa -o quizá precisamente por ella- conmueven al lector. En Bucaramanga y luego en Boston y Nueva York encontró, además de algunos amoríos, las pistas clave de su vocación y de su marxismo. Su relación con el Partido Socialista de los Trabajadores pasó de la militancia comprometida a la decepción, y de ahí al distanciamiento. En 1990 los paramilitares asesinaron en Cimitarra a su segunda esposa, la periodista Silvia Duzán: “Un golpe demoledor del cual casi no salgo”- afirma. En medio del duelo asumió la decanatura de la Facultad de Ciencias Económicas a la que aportó estrategias pedagógicas rigurosas y analíticas propias de su formación anglosajona. Por sugerencia de Antonio Navarro y con el respaldo de Rudolf Hommes, César Gaviria nombró a ese “costeño, judío y marxista” como codirector del Banco de la República. Algunas personas vieron en Salomón Kalmanovitz al típico izquierdista que cambia de bando para convertirse en derechista. Aunque no comparto siempre las posturas de Salomón, tampoco comparto esa acusación. Si un académico se aferra a una opinión que es refutada por argumentos teóricos consistentes y evidencia empírica robusta, entonces no es un académico sino un propagandista, un fanático, o ambos. Acierta Salomón al acudir a Isaiah Berlin para explicar su disposición a revisar, contrastar y sopesar advirtiendo que se siente más como un zorro que como un erizo: “Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande”.
Como economista e intelectual público, Kalmanovitz siempre ha criticado el desentendimiento fiscal de las élites y la desigual e improductiva distribución de la tierra en Colombia. Jamás ha tomado partido por intereses creados. La adulación tampoco ha sido lo suyo. No duda en calificar al exministro Alberto Carrasquilla como “patán” y a Oscar Iván Zuluaga como alguien que “no era muy competente como economista”. Su visión del país es pesimista pero no fatalista. Vale la pena leer estos “Ejercicios de Memoria”. Llevo 32 años leyendo a Kalmanovitz. Un profesor que escribe, no para de enseñar.
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