¡Indignaos! Ese era el llamado que, con urgencia, a los 93 años de edad, hacía el diplomático y escritor francés Stéphane Hessel en 2010. Él, que estuvo en la Resistencia, luchó contra los nazis y participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, demanda de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo, indignación. La razón de ser de la Resistencia -nos dice- fue la indignación en contra del totalitarismo. La indignación implica compromiso, acción: “cuando alguna cosa os indigna como yo he sido indignado por el nazismo, entonces llegamos a ser militantes, fuertes y comprometidos”.
Una de las cosas que mayor indignación le producía a Hessel al escribir su manifiesto era que los dirigentes europeos les dijeran a sus ciudadanos que ya no había recursos para financiar la seguridad social. Si esas redes de protección entraron a operar poco después de la Segunda Guerra Mundial cuando Europa esta arruinada ¡Cómo era posible que con una Europa mucho más rica la seguridad social ya no fuera financiable! La explicación habría que buscarla no en la escasez sino en la codicia. La xenofobia, las desigualdades globales, las violaciones a los derechos humanos, la situación del planeta, la “dictadura internacional de los mercados financieros” y muchas otras injusticias eran para Hessel, entre muchos otros, poderosos motivos para la indignación en el mundo contemporáneo.
Hessel hace un llamado a los europeos para construir una sociedad de la que se puedan sentir orgullosos y no esa sociedad de los “sin papeles”, de las expulsiones, de las sospechas hacia los inmigrantes, donde la seguridad social y las pensiones están cuestionadas ¡Qué diría Hessel de Colombia! Cada día hay una nueva masacre y el presidente dice que no son masacres sino “homicidios colectivos”. Lo peor es que parece creer que negando la realidad o usando un eufemismo, resuelve el problema. Es como cuando se nos dice que no hubo ni hay conflicto armado, que una guerra no es una guerra y que la paz, sino es rendición incondicional, es una emboscada. Todos los días asesinan a líderes sociales y la solución que propone el gobierno, en una retorcida interpretación del significado de la causalidad, es fumigar con glifosato. El director del DANE revela que casi una cuarta parte de los habitantes de las principales ciudades del país ya no comen tres sino sólo dos veces al día y, sin embargo, el gobierno no movió un dedo para implementar un mecanismo similar al de una renta básica que evitara que a la angustia del confinamiento se añadiera la del hambre ¿Qué no había plata? Ni siquiera hubo un intento serio por discutir la propuesta del Senador Iván Marulanda. Bien dijo Rousseau: “La naturaleza de las cosas no nos enoja; lo que nos enoja es la mala voluntad”. Para lo que si hay plata es para regalársela a una empresa extranjera. Prestarle a quien está quebrado no es un préstamo, es una donación. El argumento de salvar unos empleos no es razonable cuando es obvio que distribuyendo esa plata entre pequeñas y medianas empresas se podría salvar un número mucho más significativo de puestos de trabajo. El otro argumento, que es una empresa estratégica, es realmente estúpido. En cualquier mercado la oferta reacciona a la demanda. Así que, si no es Avianca, será otro el que preste el servicio. Lo que pasa es que la economía no funciona bien en un capitalismo de amiguetes. La indiferencia -dice Hessel- es la peor de las actitudes. Tristemente, parece que los colombianos tenemos más motivos de indignación que de orgullo.
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