La flecha que apunta hacia nuestra extinción es disparada por un arquero dominado por la codicia, la apatía y el cinismo. Mientras Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas pronunciaba su discurso en la Asamblea General, “El Grito” de Edvard Munch, con todo su desasosiego y su desesperanza, bien pudo haber sustituido al emblema del podio que preside la sala. El fuego que Prometeo arrebató a los dioses para iluminar la marcha de la humanidad hacia el progreso amenaza con convertir todo en cenizas. La leña que alimenta ese fuego es el mal del infinito. Aquello que el sociólogo Emile Durkheim definió como “infinitos deseos infinitamente insatisfechos”, el capitalismo real, nos conduce, en forma que ahora parece irreversible, hacia una serie de tragedias que pueden echar a perder no solo los notables avances que como civilización hemos alcanzado desde la Ilustración y la Revolución Industrial, sino que amenazan también, y seriamente, nuestra viabilidad como especie. “Hemos aprobado el examen de Ciencias. Pero en Ética hemos fracasado estruendosamente” afirmó sin ambages Guterres. El siguiente paso luego del peldaño más elevado en la escalera hacia el progreso desde la sociedad tradicional a la de alto consumo masivo que propusieron los economistas del desarrollo a mediados del siglo XX, bien podría ser hacia el despeñadero. Lo dijo Guterres: “Estamos al borde de un abismo y vamos en la dirección equivocada”.
La desigualdad que ya venía aumentando, se acentuó con la pandemia y sin embargo “los salvavidas económicos para los más vulnerables son demasiado exiguos y llegan demasiado tarde, si es que llegan”. Y agregó el portugués: “La solidaridad brilla por su ausencia, justo cuando más la necesitamos”. La trampa social y ambiental en la que estamos por cuenta de nuestra insaciabilidad fue descrita con angustia y un profundo sentido de urgencia por el Secretario General ante un auditorio impávido e indolente. El de Guterres no era un discurso sino un grito: “Estamos a unas semanas de que se celebre la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático en Glasgow, pero aparentemente a años luz de alcanzar nuestras metas.” Un grito como el del cuadro de Munch y como las palabras de Greta Thunberg en Milán. Un grito que no ha encontrado una respuesta efectiva sino puro “bla bla bla”, dijo Greta con rabia y decepción. Y agregó: “Hacen como que nos escuchan. Pero no lo hacen, jamás nos escuchan”. Hay que parar. Si la flecha del tiempo apunta hacia la muerte, no tenemos que ser nosotros los arqueros. Miles de millones de vidas todavía merecen ser bien vividas. Lo difícil es que el cambio en nuestro estilo de producción, distribución y consumo, el cambio en nuestro estilo de vida, debe ser urgente y profundo. Ya no hay tiempo para pequeños ajustes en el margen ni para aplazar los compromisos con la sostenibilidad y la justicia. No podemos ignorar las advertencias de la ciencia ni los imperativos de la ética. Una forma de vida que se considera a sí misma inteligente no puede ser tan estúpida como para aniquilarse. Tanto Thungerg como Guterres coinciden en que todavía podemos enderezar el rumbo. Sin embargo, no es solo una responsabilidad de los gobiernos o de los líderes políticos. Nuestras acciones y omisiones en la sociedad, en la política y en el mercado, también cuentan. “El mundo –afirmó el Secretario General- tiene que salir de su letargo”. El mal del infinito que domina nuestra cotidianidad nos entrampa y ensordece. La codicia, la apatía y el cinismo no son atributos de nuestra inteligencia sino evidencias de nuestra estupidez.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015