Las protestas y la movilización de los indígenas ecuatorianos obligaron al gobierno de ese país a reversar la eliminación de los subsidios a los combustibles que había sido acordada con el Fondo Monetario Internacional. Hoy en día, los ciudadanos en muchos países ven cómo cambios en sus condiciones de vida poco tienen que ver con las decisiones que ellos toman. Los gobiernos suelen rendir cuentas a las calificadoras de riesgo, a los grupos económicos, a las instituciones financieras internacionales más que a sus propios ciudadanos. De hecho, buena parte de las medidas que adoptan poco tienen que ver con el mandato de los electores.
Si asuntos clave de política están vedados a la discusión pública y si los gobiernos prestan más atención a las señales de los mercados que a las demandas de los ciudadanos, es normal que estos empiecen a desconfiar de las instituciones democráticas. Lo grave es que la apatía hacia la política erosiona aún más el poder de la ciudadanía. La política va más allá del acto periódico de votar, la política es la acción de los ciudadanos en el ámbito de lo público. La esclerosis de las democracias que conviene a los intereses particulares y a la corrupción se nutre de la apatía de los ciudadanos. Sin embargo, el pueblo ecuatoriano dio nuevamente una lección política.
Por supuesto que los saqueos y los actos de violencia son deplorables y flaco favor le prestan a la legitimidad de la protesta social. No obstante, la mayoría de los que se movilizaron lo hicieron sin violencia, alzando su voz para demostrar que la política no es patrimonio exclusivo de los políticos profesionales. La política pertenece, fundamentalmente, a los ciudadanos. Los indígenas ecuatorianos demostraron que no están dispuestos a ser políticamente irrelevantes, sin posibilidades de modificar las decisiones que los afectan. Al contrario, son sujetos políticos activos con capacidad de coordinación, movilización e influencia. Esa es la ciudadanía que le da sentido a la democracia y que demuestra que esta no se trata solamente de elecciones. Cuando Alexis de Tocqueville escribió sobre la democracia en los Estados Unidos, se mostró preocupado por el riesgo que para la salud de aquella representaba el individualismo norteamericano. Ese individualismo entendido como el retiro de los ciudadanos a su esfera privada, en una actitud en la que la humanidad para ese ciudadano atrincherado en sus propios asuntos consiste apenas en su familia y sus amigos más cercanos, podría resultar compatible con un suave despotismo en el que las decisiones se toman desde arriba haciendo de los ciudadanos meros receptores pasivos de ellas y de sus consecuencias. Ese suave despotismo decía Tocqueville, es compatible con algunas formas externas de libertad, pero erosiona la idea misma de la democracia como autogobierno colectivo. Y eso que cuando Tocqueville escribió, no tenía forma de imaginar la poderosa influencia que el dinero tendría sobre la política y la manera en que las desigualdades económicas pondrían en riesgo la igualdad política de los ciudadanos.
El contraste entre la capacidad de movilización e incidencia del pueblo ecuatoriano con la apatía de no pocos colombianos invita a la reflexión. Apatía, violencia y arribismo son tres rasgos presentes en buena parte de la cultura política colombiana. Los colombianos – con notables y valiosas excepciones- poco hacemos para organizarnos y hacer valer nuestra voz en la esfera pública. Muchos se declaran apolíticos demostrando así una concepción demasiado estrecha y pobre de la política. Para empeorar las cosas, el gobierno tiene la intención de poner cada vez más cortapisas a la protesta y a la movilización social. Sin embargo, el problema real no es ese. El verdadero problema es el menosprecio de algunos colombianos hacia su propio pueblo. La idea de que “la gente de bien” no protesta, no expresa su voz. Ese individualismo arribista erosiona nuestra democracia y hace de nuestro país una tierra fértil para la apropiación privada de lo público, la desigualdad y la violencia. Una vez más nuestros vecinos ecuatorianos nos dan ejemplo. Todos los días asesinan líderes sociales en Colombia y todos los días seguimos naufragando en nuestra apatía cotidiana. Nuestra estabilidad es más defecto que virtud. Necesitamos más acción política y menos conformismo.
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