El tiempo es una de las principales variables explicativas de la política. Las opciones políticas, disponibles en un momento, desaparecen unos días después. Una oportunidad perdida jamás puede recuperarse. Nuestra historia es una sucesión de oportunidades perdidas, decisiones aplazadas y mezquindades que nos entrampan en trayectorias de desigualdad y violencia difíciles de revertir. Los actores sociales y políticos que sacan ventaja de esas trayectorias, las refuerzan. Las dificultades para la acción colectiva de quienes sistemáticamente pierden en ellas, también. Sin embargo, esos patrones de relación no pueden persistir indefinidamente. Aparecen tensiones y eventos detonantes de nuevos procesos que generan crisis.
Una crisis ni aparece ni se resuelve de la noche a la mañana. Sin embargo, que su resolución tome tiempo no significa que pueda ignorarse la urgencia de las acciones. En política nada bueno surge de la procrastinación. Menos cuando día tras día ocurren nuevos horrores morales. La brutal represión policial y los actos guiados por la infame convicción de que una injusticia se combate con otra, estrechan, cada vez más, las opciones políticas. Quienes juegan a esperar le apuestan a que todo empeore y pescar en río revuelto. Sin embargo, la situación puede deteriorarse tanto que al final es posible que terminemos ahogados en ese río. No podemos darnos el lujo de dirimir los conflictos sociales exclusivamente en las urnas. Eso no es lo que necesitan quienes quieren respuestas oportunas a la terrible crisis social.
Aquellos que padecen hambre y frustración no tienen tiempo para cálculos electorales. Deberíamos haber aprendido algo de ese amargo expediente de nuestra historia de convertir las elecciones en una suerte de guerra justa. También deberíamos haber aprendido acerca de las terribles consecuencias de introducir la lógica del enemigo absoluto en nuestros conflictos sociales. Es necesario pactar. Sin embargo, la complejidad de actores y reivindicaciones hace que la imagen de un acuerdo exclusivo entre el comité del paro y el gobierno no corresponda a la realidad. Un pacto social no es algo que se concreta de un momento a otro. Toma tiempo. Debe ser resultado de varios debates, acuerdos y procesos. No obstante, acuerdos para poner fin a la violencia y brindar asistencia social inmediata a los grupos poblacionales con mayores privaciones no admiten demora. Avanzar hacia un pacto social que inaugure una trayectoria diferente de inclusión y convivencia requiere renunciar a posturas maximalistas como punto de partida. Las reformas ambiciosas son resultado de la paulatina construcción de alianzas en torno a políticas públicas que sienten las bases para la apertura de nuevas opciones políticas. Cambiar el statu quo depende de los procesos políticos de discusión y concertación continuas. Una postura minimalista tampoco inaugura una senda diferente. Los conflictos sociales no se resuelven ni con represión ni con limosnas.
Los primeros compromisos, incluyendo aquellos entre el comité del paro y el gobierno, deben establecer hojas de ruta para acuerdos posteriores que conduzcan a políticas públicas orientadas hacia la redistribución y el reconocimiento de las diversas demandas. Los cambios importantes en un estilo de desarrollo tienen lugar de forma secuencial, a partir de reformas sucesivas en un proceso político contencioso. Es urgente establecer mecanismos para garantizar la representación de actores diversos que tienen demandas de redistribución, pero también de reconocimiento (agendas de las mujeres, los indígenas, los campesinos, las negritudes). Uno de esos mecanismos puede ser el establecimiento de comisiones mixtas en el Congreso de la República y las demás corporaciones públicas con representantes de organizaciones de la sociedad civil. Los primeros acuerdos son indispensables y urgentes. No hay tiempo para cálculos electorales ni para mezquindades.
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