El café es el principal producto agrícola de exportación, aportando el 25% de empleo agrícola en Colombia, del cual dependen su sustento más 550.00 familias, donde el 96% de son pequeños (un promedio 1,3 Hectáreas) y 22 de los 32 departamentos son cafeteros. Luego no existe ningún otro producto agrícola que ayude tanto a redistribución del ingreso, la reconstrucción del tejido social y la estabilidad económica del país como el café.
Esto contrasta con la realidad que viven hoy los cafeteros, sometidos a precios bajos y a crisis sistemáticas cada tres años, resultado de la inestabilidad en el largo plazo del precio del grano, donde la bolsa de valores fija el precio basado en la especulación de inventarios de unos grandes comercializadores mundiales. Más grave aún, en medio de una tendencia de mezclar cafés suaves con unos de menor calidad como la robusta, lo cual configura una tormenta perfecta.
Tal situación merece tomar medidas estructurales, más allá de los pañitos de agua tibia de los gobiernos de turno.
El primer paso, a mi juicio, es discutir el rol de la Federación Nacional de Cafeteros, otrora una poderosa organización gremial que fundamentaba su existencia en los bienes públicos tales como la garantía de compra, el servicio de asistencia técnica y la promoción del café internacionalmente, entre otros. De esa federación que dilapidó las inversiones de los cafeteros como la Flota Mercante Gran Colombiana y ACES, pero que tenía tremenda influencia política sobre los gobiernos ya no queda nada. Hoy ha perdido peso político, incluso, han sido más influyentes las vías de hecho de las dignidades cafeteras, que los agasajos palaciegos de los representantes de la Federación a congresistas y miembros del gobierno.
Este aparato burocrático es muy costoso para los cafeteros, especialmente para los más pobres, donde pagan 6 centavos de dólar por cada libra vendida y luego exportada por unos servicios que hoy no son prioritarios. Primero, la garantía de compra no se necesita ya que el grano se puede vender fácilmente a los comercializadores privados y a cooperativas, ofreciendo algunas veces mejores precios. Segundo, el servicio de extensión es insuficiente e ineficiente en términos de los costos indirectos ya que a este se le deben sumar también el costo de los funcionarios administrativos, lo cual termina siendo muy costoso. Tercero, la representación internacional se justificaba cuando el precio se fijaba por cuotas de producción en la Organización Internacional del Café, hoy lo hace la bolsa. Por lo tanto esa representación ante organismos internacionales la puede asumir el Gobierno.
Propongo una reestructuración de la Federación Nacional de Cafeteros, mas no la eliminación de los Comités Departamentales que han cumplido un papel destacado en cuanto al desarrollo de las comunidades, estos deben quedarse como ONG en los territorios, operando recursos públicos, de cooperación y donaciones.
Igualmente creo que esos seis centavos de dólar deberían engrosar los recursos del Fondo de Estabilización de precios creado por Plan Nacional de Desarrollo, donde claramente se necesitan mucho más que 155.000 mil millones de pesos para aliviar la crisis y servirían de ahorro para las épocas de vacas flacas.
Por otro lado, es hora que el Gobierno cumpla la máxima de que el amor se demuestra con presupuesto, y aumente por lo menos a un billón los recursos para el Fondo de estabilidad, pero también que se hagan los cambios estructurales en la institucionalidad cafetera.
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