El 17 de junio del año pasado Colombia eligió con la mayor votación de la historia a un hombre de las nuevas generaciones, al presidente Iván Duque. Rodeado de su familia y visiblemente emocionado pronunció un elocuente y moderado discurso basado en la unidad de los colombianos, no hacer trizas los acuerdos y en sus tres banderas: equidad, legalidad y emprendimiento.
En los días siguientes, el presidente electo se dedicó a visitar instituciones, dirigir el empalme y conformar un gabinete técnico, sin contar con los partidos que lo ayudaron a elegir, incluso el Centro Democrático. Contagió de esperanza a los colombianos al ser un hombre nuevo, moderado, técnico, que gobernaría sin rencores y para todos.
Su posesión no fue fácil, su discurso fue opacado por el del presidente del Congreso Ernesto Macías, quien se robó toda la atención mediática, y la opinión se dividió nuevamente entre quienes aseguraban que era una iniciativa autónoma del Senador o una estrategia del Centro democrático.
Sus primeros meses fueron igualmente difíciles, entre el paro de los estudiantes, las propuestas de IVA a la canasta familiar, las saludes al rey de España de parte de los expresidentes Uribe y Pastrana, y la descoordinación del Congreso, el presidente Duque se hundió en las encuestas. Más grave aún, algunos opinadores nacionales se burlaban o simplemente decían que no estaba preparado.
En medio de esas crisis de opinión, y con ocasión del atentado del Eln, el presidente no vio otra alternativa que dejar atrás su discurso conciliador y cambiar sus banderas, atrás quedaron la legalidad, el emprendimiento y la equidad. El nuevo Duque se concentró en recuperar las bases uribistas que estaban descontentas por su actitud pasiva ante el proceso de paz, el no cambio de la cúpula militar y el no nombrar a los uribistas pura sangre como ministros. Sus nuevas banderas: Socavar el proceso de paz a través de la JEP, atacar a Maduro y asumir como propios los problemas de Venezuela.
Por supuesto, esas banderas taquilleras han ayudado a la recuperación de la imagen del presidente, pero han devuelto a Colombia a discusiones superadas que tanto polarizaron al país y lo sumieron en pesimismo. Volver a la discusión de la paz, al enfrentamiento Uribe-Santos y a atacar al Congreso ayuda a las encuestas y los propósitos electorales del centro democrático en las elecciones regionales, pero no necesariamente ayuda al país.
Colombia entonces está nuevamente sumida en la polarización, la falta de gobernabilidad, aumento del desempleo, la inseguridad en las ciudades y hoy está paralizado medio país por culpa de los indígenas. Las relaciones internacionales generan mucho ruido, quedamos como en épocas de la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia. Las grandes reformas no llegan, la reforma a la justicia, los compromisos de la consulta anticorrupción y la ayuda a los cafeteros, entre muchas cosas otras cosas.
Hoy Duque está preso de su propio invento, sin poder generar un pacto con las fuerzas políticas para sacar las reformas que el país necesita, porque todo lo que propone termina en una discusión de mermelada. Sin poder unir a los colombianos, porque debe mantener su posición fuerte frente a la paz para subir en las encuestas, y sin poder negociar con lo indígenas del Cauca por que al ala radical de su partido lo vería como débil, y su talante tampoco le permite usar la fuerza legitima de Estado. Como diría Gabriel García Márquez es su libro el General en su laberinto: “Estoy a la merced de un destino que no es mío”. Sin embargo, deseo que el presidente encuentre la salida, porque su suerte es la suerte de todos los colombianos.
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