La historia que sigue me la contó un amigo cercano: hace un par de semanas se llevó a cabo la gala del MET, en Nueva York, un evento benéfico que realiza cada año el prestigioso museo de la ciudad y que da inicio a su exposición anual. El evento es legendario en el mundo de la moda y se basa todos los años en un concepto distinto, una especie de código de vestuario para los invitados. En esta oportunidad, según apareció en los periódicos, el protagonista fue el Camp, un concepto abstracto acuñado por Susan Sontag para “recoger la belleza de lo horrible y lo irreverente”.
Toda esa carreta para explicar por qué vimos a un montón de famosos vestidos de manera estrafalaria, algo que varios medios reseñaron en amplias galerías fotográficas. Hasta ahí todo normal. Nada raro hubiera pasado con un evento que parece tan alejado de nuestros intereses, de esta realidad convulsionada, si no hubiera sucedido lo que sucedió: un importante medio colombiano confundió el concepto de manera inocente y realizó un cubrimiento basándose en una idea totalmente opuesta. Un error, una confusión que parecía pueril y que los llevó a exponerse al ridículo.
Y aunque todo debería haber acabado ahí, lo cierto es que en tiempos de redes sociales ningún error parece dispuesto a olvidarse; al contrario: todo el mundo está listo para lapidar a aquel que se atreva a cometer un desliz, por pequeño que sea. Pues bien, aquí entra de nuevo mi amigo: resulta que la persona que lo hizo, una periodista que lleva años cubriendo moda de manera intachable, es alguien muy cercano a él. Y el relato de lo que siguió, según me cuenta, es un horror digno de estos tiempos: un feroz matoneo virtual que la obligó a alejarse de las redes y a entrar en un estado de pánico del que no acaba de reponerse del todo.
Toda esta cháchara, de nuevo, para mostrar lo peligrosas que resultan las redes sociales. No hay opiniones inocentes, ni mucho menos espacio para el error; el que se equivoca, pierde. Ustedes me perdonarán, pero si algo resulta terrorífico en medio de todas las cosas buenas que también tienen, es esa superioridad moral que nos dan. Todos tenemos la última palabra, lo que decimos es ley y las cosas deben hacerse así porque no hay otro modo. El que esté en desacuerdo es un idiota y lo machacamos hasta acabarlo.
Hay redes de redes, claro. De todas, una de las más agresivas sigue siendo Twitter: 280 caracteres de odio puro. Hagan de cuenta un montón de gente gritándose porque sí porque no, y ojalá no tenga uno la suerte de que un trino cualquiera se vuelva tendencia porque ahí sí hasta luego. Yo lo he intentado varias veces, la última de ellas hace poco, y así como llego salgo corriendo. Creo que, en el fondo, lo que me asusta es precisamente lo que tantos buscan sin parar: tener la desgracia de volverse viral y ponerse en la frente un rótulo cualquiera, el que sea, porque ya sabemos que en esta sociedad uno puede hacer cualquier cosa, incluso ser un completo estúpido, pero nunca jamás equivocarse. Eso no.
Por lo demás, ¿a quién le importa de verdad que Lady Gaga vaya vestida al MET como le dé la regalada gana?
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015