Crecí en una casa donde, como dicen, nunca nos faltó nada. Estudié en el único colegio que ofrecía una educación bilingüe en Manizales a principios de los años noventa. Mis compañeros tuvieron siempre condiciones similares, en muchos casos mejores. En vacaciones, cada uno se iba para un lugar distinto (casi todos, alguna vez, fuera del país), y los fines de semana, a sus fincas. Los padres de mis amigos eran gente importante en el departamento. Uno de ellos, en ese entonces, gobernador. Otro, una ficha clave en la Federación de Cafeteros. Y así.
Vivíamos en una burbuja, y nos gustaba. No teníamos la culpa. Mirábamos por encima del hombro a quienes nos criticaban por eso, llamándolos “resentidos”. Nadie escoge el lugar en el que nace, es el azar. Qué culpa. Crecimos manejando carros que nos evitaban el transporte público o yendo al club Manizales. Jugábamos tenis y golf y fútbol los fines de semana en el Campestre. Cuando terminamos el colegio, mientras los demás se iban de excursión a San Andrés, nosotros viajamos a Punta Cana, en República Dominicana.
Al graduarnos, la gran mayoría empezó a estudiar en las mejores universidades del país. Privadas, por supuesto. Los Andes, Javeriana, Rosario, Eafit. Otros se fueron al exterior. Los patrones sociales en Colombia se repiten en todas las regiones y están hechos para perpetuarse; la prueba es que ahora, muchos años después, varios de mis compañeros son lo que eran sus padres: gerentes, hombres y mujeres de negocios que meten a sus hijos al mismo colegio, o a uno mejor, y que pasan sus vacaciones en otros países. Repetimos la historia y miramos por encima del hombro a quienes nos critican. Los llamamos “resentidos”. Qué culpa.
Y, sin embargo, pese a ser de los pocos que han podido darse lujos semejantes, un factor común de esta casta privilegiada es su extendida falta de empatía. A la gran mayoría -no a todos, claro: siempre hay excepciones-, les importa poco lo que sucede en este país pobre, excluyente y sin educación. Con tal de no perder los privilegios de clase, de mantener lo que han tenido durante años, son capaces de votar por esa derecha que va en contra de las libertades sexuales así ellos mismos sean gays. Son capaces de justificar el paramilitarismo, sin inmutarse, porque eso les permitió volver a las fincas, así como las masacres, ¡ay, nosotros qué culpa! Son capaces de mirar hacia otro lado ahora que medio país marcha, o justificar el asesinato de jóvenes como Dilan Cruz por parte del Esmad, porque “quién lo manda”.
Yo tengo a muchos de ellos como amigos de Facebook. Veo sus posts. Los miro defender sus privilegios con esa lógica excluyente, esa falta de autocrítica y esa obstinación en que las cosas sigan como están, porque eso no es problema de ellos, qué importa. Y claro, lo sé, entiendo lo que están pensando: yo también he formado -y formo- parte de esa clase.
Por esa indiferencia, entre muchas otras cosas, es que el paro sigue.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015