En la zona veredal de Ituango, en medio de un cañón natural, justo a un costado del Nudo de Paramillo, me senté con una joven guerrillera. Tenía un pantalón café y camiseta. Acababa de entregar su arma a Naciones Unidas y de recibir el papel que le certificaba su tránsito a la legalidad. Con celular en mano me contó algo de su vida en la guerra, me mostró fotos de ella abrazada a su compañero, también de la guerrilla, ambos de camuflado y los fusiles que seguramente acababan de entregar. Después de unas cinco fotos llegamos a una que no parecía hacer parte de la secuencia de las que me venía mostrando. En la foto aparecían tres jóvenes soldados del Ejército. Con sus dedos le hizo zoom a una de las caras de ellos y con la voz entrecortada me dijo: “Él es mi hermano, lo dejé de ver cuando apenas tenía 2 años y yo me enfilé en la guerrilla”. Con lágrimas en los ojos me expresó su alegría de saber que está vivo y las ganas de poder verlo. Me dijo que terminar con este conflicto le iba a permitir abrazarlo y compartir con él.
Suficiente hemos tenido con esta guerra para algunos eterna que pelean otros, incluso sin saber quién está del otro lado. ¿Cuántas vidas y satisfacciones como la de esta familia podrán vivirse con la dejación de las armas que presenciamos esta semana?
El pasado 27 de junio esperaba ver en todos los colombianos el mismo entusiasmo, optimismo y alegría de quienes viven la guerra a diario con la dejación de armas por parte de las Farc. 7.132 armas almacenadas y listas para ser inutilizadas para siempre, impidiendo que alguna de ellas pueda causar la muerte de uno de nuestros compatriotas. Al parecer no a todos les alegra este hecho.
Estamos de acuerdo en que la historia vivida por este país en las últimas cinco décadas ha sido de bombas, de masacres, de secuestros, de falta de oportunidades, pero este hecho no debe endurecernos el corazón para sentir felicidad porque muchas vidas se están salvando con la dejación de las armas por parte de las Farc.
Ningún proceso de dejación de armas en Colombia había tenido una verificación tan rigurosa ni tan técnica como la que hemos vivido con este proceso de paz. La verificación desarrollada por la ONU es garantía de un procedimiento que nos debe brindar total tranquilidad.
No es fácil construir confianza sobre una sociedad que ha tenido que sacrificar a sus hijos, a sus madres, a sus niños en una guerra sin sentido. La dejación de las armas son el fin de la guerra y el comienzo de una etapa determinante para las siguientes generaciones. A las Farc ahora sin armas debemos seguirle exigiendo el cumplimiento de los acordado: verdad, justicia, reparación y no repetición con un pueblo que ha sufrido la guerra. Pero al Estado y a la sociedad también debemos exigirles. Al primero cumplimiento para implementar lo acordado y a la segunda grandeza para transformar los odios en reconciliación.
Es el momento de darnos una verdadera oportunidad para transformar este país. Esto no implica que en adelante todos pensemos igual ni que estemos 100% de acuerdo. Precisamente en las diferencias esta la verdadera construcción de una democracia, de una mejor sociedad.
Esas diferencias deben tratarse con civilidad, por la vía del diálogo, de la confrontación de los argumentos. El Acuerdo de paz no implica ni busca la eliminación de las distintas conflictividades en nuestro país, todas necesarias para construir sobre la base de las diferencias. Por el contrario, debemos buscar que las mismas sean solucionadas a través de las vías democráticas y constitucionales.
Pero este momento requiere de altura política. Necesitamos líderes que cambien su lenguaje de odio por el lenguaje de la reconciliación. No queremos más políticos vomitando odio cada vez que les ponen un micrófono o están al frente de una cámara. Los colombianos nos merecemos la oportunidad de vivir en paz.
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