Un par de días antes de la venida del papa Francisco revisaba lo que se decía sobre ella; opiniones encontradas y molestias que tal vez expresaban algún temor a lo que podrían ser sus discursos y homilías, algunos preocupados por el tema económico y otros, porque venía a ‘meterse en política’. Tal vez algunos tuvieron que ‘recoger sus palabras’ porque muchas de las críticas y malestares se desvanecieron durante esos 5 días.
Vimos un papa tranquilo, amoroso, coherente, con un discurso lleno de sabiduría, sin ánimo de entrar en juegos políticos y menos en polémicas bizantinas; con una claridad infinita sobre las grandes dificultades que atraviesa el mundo y especialmente Latinoamérica, en torno a la pobreza, la inequidad, la discriminación, la violencia, entre otros. Un papa que se reconoce vulnerable, como se refleja en improvisado discurso del jueves, en el encuentro con niños y personas con discapacidad, cuando le pidió a María que repitiera lo que había dicho, ella dijo: ‘Queremos un mundo en el que la vulnerabilidad sea reconocida como esencial en lo humano. Que lejos de debilitarnos nos fortalece y dignifica. Un lugar de encuentro común que nos humaniza’.
A continuación, el papa anotó: ‘Un mundo en que la vulnerabilidad sea considerada como la esencia de lo humano... Porque todos somos vulnerables, todos. Adentro en los sentimientos, tantas cosas que ya no funcionan adentro, pero nadie las ve. Y otras las ven, todos. Y necesitamos que esa vulnerabilidad sea respetada, acariciada, curada en la medida de lo posible, y que dé frutos para los demás. Somos vulnerables todos. Dios es el único no vulnerable, todos los demás somos vulnerables, en algunos se ve, en otros no se ve (…) Por eso no se debe, no se puede descartar a nadie, ¿está claro? Porque cada uno de nosotros es un tesoro, que se ofrece a Dios, para que Dios lo haga crecer según su manera.’ No podría estar más de acuerdo con María y con el papa; la vulnerabilidad debe ser considerada como esencia de lo humano, no es que los frágiles sean los pobres o los enfermos o los que tienen alguna situación de discapacidad o los que no tienen empleo o los que no pueden estudiar. Creo que este es parte del problema que tenemos para avanzar hacia una verdadera reconciliación; nos cuesta aceptar que también nosotros, aún los que parecen más fuertes, tenemos dificultades y podríamos, en cualquier momento, estar en situaciones de fragilidad.
El proceso de reconciliación implicaría que cada uno de nosotros fuera capaz de negarse a sí mismo, para ir al encuentro del otro, darse cuenta de cómo es estar en su lugar, conectarse con sus dolores y sus heridas, como lo hacía la Madre Teresa de Calcuta y como lo hizo Jesús. Salir de nosotros mismos para darnos cuenta, que el mundo no gira en torno a nosotros y que la realidad, desde el otro lado, se ve distinta.
Francisco mencionó tres actitudes que tendríamos que plasmar en nuestra vida, ir a lo esencial, renovarse, involucrarse. Ir a lo esencial es ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida. La esencia debería ser, como también lo mencionó el papa varias veces, la dignidad de la persona humana, la humanización de la sociedad. La expresión que utilizó para la segunda actitud, renovarse fue ‘zarandear’ como Jesús lo hizo con los doctores de la ley para que salieran de su rigidez; una renovación que supone sacrificio y valentía para dejar a un lado lo que no nos permite ver las llagas abiertas, el clamor del hambre y la sed de justicia que nos interpelan y nos imponen respuestas nuevas, desde un amor convertido en hechos de no violencia, reconciliación y paz. Sobre involucrarse dijo ‘aunque para algunos eso parezca ensuciarse o mancharse’. Conectaría esta actitud con la necesidad de dejar el egoísmo y la vida cómoda, para salir al encuentro del otro, no para compadecerse de él sino para reconocerlo y permitirle que se reconozca como un ser humano valioso. Todos somos parte de esta construcción y todos necesitaríamos incorporar estas actitudes en nuestra vida cotidiana.
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