Veamos cuál es la diferencia entre hacer una afirmación y emitir una opinión. Las afirmaciones corresponden a descripciones de lo que cada uno observa, deben estar soportadas en datos y hechos que confirmen su veracidad. Las opiniones se refieren a la interpretación que cada uno hace de una situación, no hablan de la realidad sino de la persona que las emite; por lo tanto, para que una opinión sea tomada en cuenta debe estar soportada en hechos. Un ejemplo cercano de la vida nacional ilustra este tema.
Según datos recientes del Ministerio de Salud y la Fundación Saldarriaga Concha, el 4,7% de los colombianos sufren de depresión, un porcentaje más alto que el promedio mundial; dos de cada 100 colombianos padecen trastorno afectivo bipolar, el 25% son niños y adolescentes. El 40,1%, entre 18 y 65 años, ha sufrido o sufrirá alguna vez un trastorno mental, y el 80% ha presentado síntomas de depresión; parte de estos problemas están asociados al consumo de estupefacientes y alcohol. Según cifras de Medicina Legal, en los primeros siete meses de 2019 se registraron 1.458 suicidios en Colombia, 62 más que en el mismo período de 2018.
La segunda causa de enfermedad en los colombianos, después de las cardiovasculares, es la salud mental que, de acuerdo con el Ministerio de Salud, es el mal que quita más años de vida saludable a la población. Estos padecimientos que están aumentando en el panorama mundial plantean dos retos: la necesidad de hablar abiertamente sobre el tema, y la importancia del acceso a un tratamiento oportuno. La Organización Mundial de la Salud afirma que hay escasez de psiquiatras, enfermeras y psicólogos, en todo el mundo. El estudio ‘Guerra y Paz’, de la Universidad de los Andes, señala que la salud mental es un tema muy sensible en las zonas de posconflicto, donde hay un mayor riesgo de trastornos mentales. En esta población, el 52% de los jóvenes sienten ansiedad y el 43% depresión. A lo que deberíamos adicionar, problemas éticos, polarización e incapacidad de generar una convivencia más pacífica en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
Mientras tanto, la vicepresidenta de la República, sin fundamento en datos y hechos, opina que “tenemos demasiadas psicólogas, sociólogas, carreras que no les sirven para tener mejores ingresos”. Cuáles podrían ser los puntos ciegos detrás de esta temeraria opinión. Tal vez, falta de conocimiento de la realidad colombiana; lo que sería inaceptable en la segunda a bordo del Gobierno Nacional. Otra posibilidad, es que la señora Ramírez piense que el desarrollo solo está asociado con ciencia, tecnología y generación de ingresos; desconociendo la importancia del lenguaje del amor, la vulnerabilidad, y el encuentro con el otro, para avanzar en la co-construcción de una sociedad con mayor bienestar para todos. Esto, sin tener en cuenta que, la psicología y la sociología hacen parte de las ciencias sociales, que sin duda han demostrado su valor, tanto en temas de salud mental, como en la construcción de una mejor sociedad.
Por otra parte, sorprende que alguien, especialmente una mujer, se refiera a estas dos disciplinas utilizando el género femenino; lo que se presta para diferentes interpretaciones. Una de ellas es, no reconocer que también hay participación masculina en estas profesiones; o será que ellos sí pueden ejercerlas y con mejores ingresos. Una segunda interpretación sería que las mujeres no deben estudiar carreras relacionadas con desarrollo humano y construcción de tejido social. Las dos me parecen perversas, por decir lo menos. Esto me lleva a decir que el poder es arrogante; aunque también podría decir que es ignorante; pero es que la arrogancia también es ignorancia, desconocimiento de capacidades, necesidades y motivaciones de cada persona. Estudiar una carrera no puede ser el resultado de analizar cuál genera mejores ingresos; debe ser una decisión coherente con lo que realmente le interesa, mueve, e inspira a una persona, para que pueda así vivir una vida, profesional y personal, con sentido. De lo contrario, se genera un nivel de insatisfacción que se traduce en pérdida de motivación y falta de propósito que, en el transcurso de la vida, podría desencadenar algún desequilibrio o trastorno mental.
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