Cada vez son más dramáticas y preocupantes las noticias sobre el incremento de las tasas de suicidio. Según la Organización Mundial de la Salud, cada año se suicidan cerca de 800.000 personas en el mundo; cada vez hay más intentos de suicidio; ésta es la segunda causa principal de muerte entre los 15 y los 29 años; el 79% de los suicidios está en países de ingresos bajos y medios. En Colombia, según Medicina Legal, durante los últimos diez años ha habido un aumento lento y progresivo; mientras que, en el 2008 la tasa de suicidios era de 4,5 por cada 100.000 habitantes, en los últimos dos años no ha bajado de 5. Las cifras aumentan en las diferentes edades; sin embargo, el rango que más preocupa es el de los niños; en 2015 se reportaron 645 casos, en 2016 subieron a 724 y en 2017 llegaron a 791. Nuestra ciudad, según informe de Manizales Cómo Vamos, duplicó la tasa de suicidios de Colombia, con 9,7 casos por cada 100.000 habitantes.
Algunos estudios que consulté invitan a trabajar juntos para combatir el suicidio. Miguel de Zubiría, presidente de la Liga Colombiana por la Vida Contra el Suicidio, expresó en un artículo reciente en Semana ‘no hay que hablar de suicidio porque éste solo es la punta del iceberg’, hay que poner sobre la mesa cuatro temas: apatía, soledad, depresión e infelicidad. Para responder al tema de la apatía se debe preguntar por los anhelos, ilusiones y metas; para entender la soledad se debe analizar cómo son las relaciones; para la depresión es necesario explorar cómo está la autoestima, si se valora y cree en sí mismo; y para la felicidad, es necesario indagar si vive la vida plenamente y tiene esperanza. Preguntas para poner en la conversación con los jóvenes, en el colegio y en la casa; sin embargo, es una reflexión que debe comenzar por la autoevaluación de los adultos a cargo, papás y maestros.
Debería ser una invitación para todos, como parte de un ejercicio constante, saber a dónde vamos, reconocer y apreciar a los que nos acompañan, tomar conciencia sobre lo que nos inspira y moviliza, valorar y agradecer los regalos de cada día. Es sencillo enunciarlo pero más complejo vivirlo, especialmente cuando las cosas se ponen difíciles; ese es el reto, tener razones para vivir, para cuidar la vida, para seguir avanzando cuando hay obstáculos; Viktor Frankl, el psiquiatra judío que vivió en los campos de concentración, dijo ‘los que sobrevivieron fueron aquellos que tenían algo por qué vivir en el futuro’; Zubiría lo dice en su reflexión sobre el suicidio de los jóvenes ‘debemos tener razones para vivir, yo tengo 17 (...) padres y profesores hemos subestimado un tema capital, el sentido de la vida’.
El suicidio debería interpelarnos como sociedad sobre lo que estamos haciendo en esta carrera loca por tener, lograr, alcanzar, mostrar ¿Será que lo más importante es aceptar que no es un problema de quienes lo viven? Cuando un niño o un joven se quita la vida o intenta hacerlo, todos deberíamos preguntarnos por nuestra responsabilidad, qué es eso que no estamos haciendo bien y qué deberíamos hacer de manera diferente. En una conversación reciente, alguien me dijo que la solución con los que no quieren vivir es ‘darles un propósito de vida’; por supuesto que, tener un propósito es fundamental, pero no es algo que se da, se encuentra y corresponde a la dimensión interior de cada ser humano.
Durante la guerra de Vietnam, le preguntaron a la madre Teresa, si marcharía contra la guerra y ella respondió ‘No, pero si hacéis una marcha en favor de la paz, iré’. Esta es una invitación a poner la mirada más allá del problema, en la solución, en lo que queremos construir y no en lo que nos está doliendo, en el vacío. Lo invito a preguntarse por lo que lo mantiene vivo hoy, lo que lo hace levantarse cada mañana, lo que está haciendo o puede hacer para dar sentido a su vida y a la de los que lo rodean. Quedarse quieto no es una opción, todos somos responsables.
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